Andrés Canedo - Ahora que no estás

 


Después de tantos esplendores, luego de tanto amor, tú te fuiste. Y cada minuto, ahora convertidos en crueldad, sigo viendo tus ojos de almendras estrelladas, tu boca, roja flor de todas mis tentaciones, derrotero de mis deleites. La casa está vacía y despojada de luces, y yo en medio de toda esa soledad, imagino que de pronto huelo tu aroma, que escucho tus pasos y que apareces y te lanzas a mis brazos. Y allí, en el éxtasis de tu presencia, tus pechos de luna se clavan en el mío y me atraviesan hasta llegar a los confines de mi alma. Pero claro, incluso tus manos aleteantes depositándose en mi espalda, son apenas fulgores de mi sueño que no se resigna a tu ausencia. La verdad es que el mutismo de las paredes que ya no cantan, que ya no ríen, que ya no perfuman, me sujeta en esta silla de la soledad en medio de la sala abandonada.

 

Yo me sublevo, me levanto y empiezo a caminar en el laberinto ignoto de las habitaciones apagadas, mientras el grifo de la cocina gotea lágrimas de sangre plateada, mientras la cama del que fue nuestro dormitorio, llora su llanto de sábanas desparramadas y súbitamente huérfanas y la almohada que era tuya, canta la canción del abandono. La miro y allí me parece ver el manto extraviado de tu cabello y tu rostro de luz. Sigo hacia el sur de tu geografía imaginaria y me encuentro con tu cuello de nardos y fragancias, con tus senos elevados en la plegaria del amor, con tu cintura rutilando entre mis manos, que allí empiezan a entender para qué fueron hechas, y su destino de delinearte simplemente siguiendo tus contornos de dulces y feroces riesgos. Pero lo sé, todo ello es apenas producto de mi imaginación que trata de inventarte ahora que no estás.

 

Me recuesto en la cama ahora inhóspita, y aunque me niego a hacerlo, veo tu vientre con su planicie palpitante de deseo por mí, y contemplo y siento la encrucijada ardiente de tus muslos, y allí me detengo, allí reposo todo el vendaval tormentoso de mis ansias e imagino el recorrer el estrecho sendero de mi delirio que se adentra en tu cuerpo. Sin embargo, sigo por tus piernas de mármol caliente, de suavidades de pétalos, de terneza como la de la cabeza del gato que también ya se fue, y rememoro, no obstante, su accionar de palancas mágicas para levantar el peso gigantesco de la pasión, para accionar apoyadas en tus pies de fábula, los mecanismos misteriosos del desembocar, de tu cuerpo y el mío, en el estuario amplio y estruendoso del mar del placer. No obstante, el soñar se acaba y abro los ojos para descubrir, el silencio de las paredes que ya no le hacen eco a tu risa ni a tus suspiros, para revelar toda la oscura densidad de la casa sin voces ni vida, ahora que ya no estás.

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