PARTE II
Con
los árbitros tenía suerte o no sé qué. Siempre estaban mirando para otro lado
cuando Bererén quebraba piernas y dislocaba rodillas. Pero no sólo era suerte.
Yo creo que su infancia influyó en él dotándole de ciertas habilidades
extraordinarias. Acostumbrado a llevarse las cosas por delante, a andar de
tumbo en tumbo y de choque en choque, yo creo que, a lo largo de su
adolescencia, desarrolló una especial habilidad para aplastar y esquivar
objetos. A golpes llegó a tener una gran inteligencia espacial, creo yo. Porque
no sólo sabía golpear. Sabía cómo desaparecer de la escena del crimen, escurrirle
el cuerpo a la culpa y al castigo; era como si después de un planchazo se
teletransportara lejos de sus víctimas, más allá del lugar de los hechos, a una
distancia prudencial, territorio en donde a los árbitros les era imposible
establecer una conexión “falta- espacio-tiempo”. Bererén era como un fantasma
que antes de demolerlos incitaba a sus adversarios a atacarlo, con insultos
susurrados, pequeñas pataditas en los tobillos, palmaditas en las nalgas,
empujones desde atrás y su especialidad: rodillazos en los muslos y codazos en
el estómago cuando, por ejemplo, el árbitro estaba en la otra punta cobrando un
saque lateral. Y cuando sus oponentes
reaccionaban, ¡ay, sus oponentes! Justo cuando éstos se reimpulsaban para
arrollarlo, aplastarlo, acabarlo de una vez, Bererén simplemente se evaporaba y
los tipos así impulsados se estrellaban contra el césped quebrándose o
dislocándose algo.
Ser
o no ser, esa es la cuestión y ser dos veces, es doble cuestión, supongo. Es que este muchacho fue dos hombres, a mi
parecer, con un antes y un después de esa lesión del ligamento cruzado de su
rodilla que ya mencioné. Al año de nuestra relación contractual y/o mi contratación,
sufrió esa lesión, debió ser operado de urgencia, y dejó de jugar fútbol
durante meses. Al tercer día de su operación hablamos por teléfono, le dije que
iría a visitarlo y él me pidió que le llevara algo para leer, pedido que
recordé cuando caminaba hacia la clínica después de estacionar en el centro. Y
es en este punto de la historia en el que me reconozco culpable del nacimiento
de ese otro Bererén, extraño, de lenguaje incomprensible. Y discúlpeme este paréntesis, pero quiero
ejemplificar lo que digo: cuando volvió a las canchas después de su larga
convalecencia, en un partido metió un gol. Pocas veces un número tres mete un
gol. Al salir del juego los de la tele le preguntaron qué pensaba del gol y él
dijo: “fue un gol primigenio, arquetípico, que comparte su eternidad formal con
las matemáticas, la música, el color blanco y otras entidades platónicas, un
gol que está ahí desde siempre esperando que un futbolista salga de la caverna
para meterlo”. Así dijo el hombre. Es para tomar nota. Y regreso al punto.
Patente tengo la imagen del libro en mis manos. Se titulaba El mundo de Sofía;
lo vendían en un puesto pirata a mitad de camino entre el estacionamiento y la
clínica. Yo quise comprar un libro, cualquier libro, como para cumplir con el
enfermo, y compré ese libro porque alguna vez tuve una corteja que se llamaba
Sofía y por nada más. Supongo que
Bererén lo leyó y a su influjo leyó otros, la historia de lo filosofía, así
hablaba Zaratustra, vaya uno a saber. Qué me iba a imaginar lo que se venía.
Meses después de su regreso al juego nadie entendía
a Bererén, ni dentro ni fuera de la cancha. Me cuentan sus ex compañeros, y he
tomado nota de eso, que discutía con el técnico, por ejemplo, cuando éste le
pedía que se adelantara dos metros más allá de su puesto habitual, el retrucaba
diciendo “No me hable de metros, hábleme de hombres. Dígame cuántos hombres me
adelanto, pues el hombre es la medida de todas las cosas”. Para peor, Bererén
daba instrucciones en la cancha. Le gritaba ¡Dasein, Dasein! al arquero
animándolo a arrojarse tras la pelota y yo averigüé que Dasein significa
ser-ahí, el hombre arrojado sobre el mundo como un vómito, puro subjetividad,
ansiedad, angustia y desesperación, cosas filosóficas, cosas así, que no sé en
qué le pueden servir a un arquero a la hora de atajar un tiro al ángulo. Me
contaban también que volvía locos al dos y al cuatro, sus compañeros en la defensa,
animándolos a no obedecer las instrucciones del técnico, diciendo: “Fijate tú
mismo tu bien y tu mal, que mande tu propia voluntad” o “debes ser capaz de ser
tu propio juez y el guardián de tu propia ley”, creando la duda en los marcadores
y con la duda venía la falta de coordinación y sin coordinación la trampa del
offside les salía para el carajo y entonces les metían goles ridículos y
vergonzosos. Otras veces los incitaba a la inacción cuando perdían por goleada
diciéndoles “este partido contra Blooming que estamos perdiendo, ya lo hemos
perdido antes y lo perderemos en el futuro, porque el tiempo es circular, las
cosas se repiten eternamente y nada podremos hacer tres defensas y un arquero
contra eso”, así dicen que decía, aquí lo anoté.
Continuará...
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"El efecto Bererén" es publicado con la autorización del autor. Podrá ser retirado de este sitio a simple requerimiento del mismo
Fotografía: Página de Facebook de Oscar Barbery Suárez
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