Óscar Barbery Suárez - El efecto Bererén (Parte II)

PARTE II


Con los árbitros tenía suerte o no sé qué. Siempre estaban mirando para otro lado cuando Bererén quebraba piernas y dislocaba rodillas. Pero no sólo era suerte. Yo creo que su infancia influyó en él dotándole de ciertas habilidades extraordinarias. Acostumbrado a llevarse las cosas por delante, a andar de tumbo en tumbo y de choque en choque, yo creo que, a lo largo de su adolescencia, desarrolló una especial habilidad para aplastar y esquivar objetos. A golpes llegó a tener una gran inteligencia espacial, creo yo. Porque no sólo sabía golpear. Sabía cómo desaparecer de la escena del crimen, escurrirle el cuerpo a la culpa y al castigo; era como si después de un planchazo se teletransportara lejos de sus víctimas, más allá del lugar de los hechos, a una distancia prudencial, territorio en donde a los árbitros les era imposible establecer una conexión “falta- espacio-tiempo”. Bererén era como un fantasma que antes de demolerlos incitaba a sus adversarios a atacarlo, con insultos susurrados, pequeñas pataditas en los tobillos, palmaditas en las nalgas, empujones desde atrás y su especialidad: rodillazos en los muslos y codazos en el estómago cuando, por ejemplo, el árbitro estaba en la otra punta cobrando un saque lateral.  Y cuando sus oponentes reaccionaban, ¡ay, sus oponentes! Justo cuando éstos se reimpulsaban para arrollarlo, aplastarlo, acabarlo de una vez, Bererén simplemente se evaporaba y los tipos así impulsados se estrellaban contra el césped quebrándose o dislocándose algo.

 

Ser o no ser, esa es la cuestión y ser dos veces, es doble cuestión, supongo.  Es que este muchacho fue dos hombres, a mi parecer, con un antes y un después de esa lesión del ligamento cruzado de su rodilla que ya mencioné. Al año de nuestra relación contractual y/o mi contratación, sufrió esa lesión, debió ser operado de urgencia, y dejó de jugar fútbol durante meses. Al tercer día de su operación hablamos por teléfono, le dije que iría a visitarlo y él me pidió que le llevara algo para leer, pedido que recordé cuando caminaba hacia la clínica después de estacionar en el centro. Y es en este punto de la historia en el que me reconozco culpable del nacimiento de ese otro Bererén, extraño, de lenguaje incomprensible.  Y discúlpeme este paréntesis, pero quiero ejemplificar lo que digo: cuando volvió a las canchas después de su larga convalecencia, en un partido metió un gol. Pocas veces un número tres mete un gol. Al salir del juego los de la tele le preguntaron qué pensaba del gol y él dijo: “fue un gol primigenio, arquetípico, que comparte su eternidad formal con las matemáticas, la música, el color blanco y otras entidades platónicas, un gol que está ahí desde siempre esperando que un futbolista salga de la caverna para meterlo”. Así dijo el hombre. Es para tomar nota. Y regreso al punto. Patente tengo la imagen del libro en mis manos. Se titulaba El mundo de Sofía; lo vendían en un puesto pirata a mitad de camino entre el estacionamiento y la clínica. Yo quise comprar un libro, cualquier libro, como para cumplir con el enfermo, y compré ese libro porque alguna vez tuve una corteja que se llamaba Sofía y por nada más.  Supongo que Bererén lo leyó y a su influjo leyó otros, la historia de lo filosofía, así hablaba Zaratustra, vaya uno a saber. Qué me iba a imaginar lo que se venía.

 

Meses después de su regreso al juego nadie entendía a Bererén, ni dentro ni fuera de la cancha. Me cuentan sus ex compañeros, y he tomado nota de eso, que discutía con el técnico, por ejemplo, cuando éste le pedía que se adelantara dos metros más allá de su puesto habitual, el retrucaba diciendo “No me hable de metros, hábleme de hombres. Dígame cuántos hombres me adelanto, pues el hombre es la medida de todas las cosas”. Para peor, Bererén daba instrucciones en la cancha. Le gritaba ¡Dasein, Dasein! al arquero animándolo a arrojarse tras la pelota y yo averigüé que Dasein significa ser-ahí, el hombre arrojado sobre el mundo como un vómito, puro subjetividad, ansiedad, angustia y desesperación, cosas filosóficas, cosas así, que no sé en qué le pueden servir a un arquero a la hora de atajar un tiro al ángulo. Me contaban también que volvía locos al dos y al cuatro, sus compañeros en la defensa, animándolos a no obedecer las instrucciones del técnico, diciendo: “Fijate tú mismo tu bien y tu mal, que mande tu propia voluntad” o “debes ser capaz de ser tu propio juez y el guardián de tu propia ley”, creando la duda en los marcadores y con la duda venía la falta de coordinación y sin coordinación la trampa del offside les salía para el carajo y entonces les metían goles ridículos y vergonzosos. Otras veces los incitaba a la inacción cuando perdían por goleada diciéndoles “este partido contra Blooming que estamos perdiendo, ya lo hemos perdido antes y lo perderemos en el futuro, porque el tiempo es circular, las cosas se repiten eternamente y nada podremos hacer tres defensas y un arquero contra eso”, así dicen que decía, aquí lo anoté.

Continuará...

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Fotografía: Página de Facebook de Oscar Barbery Suárez

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