Jorge Barriga Sapiencia - El cobertizo de las horas

 


Carlos caminaba pensativo por los pasillos del hospital, mientras chateaba con Ramiro, su editor. Hace un año que había logrado publicar su primera novela y empezaba a tener éxito. Para aprovechar este momento le solicitaron una nueva obra que tenía que entregar en dos meses. Carlos experimentó sentimientos encontrados, mientras su carrera como escritor no podía estar mejor, su hijo mayor estaba internado en el hospital.

El tratamiento que necesitaba era muy caro, más ahora que Carlos estaba desempleado. Deseaba permanecer así para dedicarse a escribir. Fue posible, los últimos seis meses, gracias a una herencia que su esposa recibió, aunque empezaba a terminarse y las cuentas los estrangulaban. En contra de su deseo tuvo que aceptar un empleo en la fábrica de cemento, como asistente de almacenes, que le consiguió su suegro.

Ahora con un horario que cumplir, escribir su novela, era más difícil. Estaba muy estresado y empezaba a deprimirse, seguro que no alcanzaría a cumplir el plazo para entregar su manuscrito. Por otro lado, las cuentas ya no eran un problema y su hijo mejoraba.

Un lunes se le acercó Daniel, con una sonrisa lo abrazó. Carlos tardó en reconocerlo, era un viejo compañero de colegio, que no le agradaba por inmaduro y egoísta. No tardó en comprobar que no había cambiado nada, y no podía explicarse por qué creía que eran amigos y no lo dejaba en paz.

Ese mismo día le mandaron a buscar unos repuestos al viejo cobertizo de madera, último resquicio de las primeras instalaciones de la fábrica. Le tomó casi tres horas encontrarlos, lo consiguió, a pesar de su inexperiencia y lo desordenado del lugar. Se apresuró a salir porque temía que el bus lo dejara.

Raúl, el viejo encargado de almacenes, se sorprendió de la rapidez con la que trajo los repuestos. Carlos no comprendió, tomó su morral y salió corriendo. Cuando quiso sellar la salida, el guardia lo miró raro porque todavía eran las tres de la tarde.

Carlos regresó muy confundido a su oficina y Raúl se burló de él. ¿Cómo era posible que hubiera tardado tanto en encontrar esos repuestos, pero para el resto de la oficina y del mundo solo pasaran algunos minutos?

No sabía por qué, pero las leyes físicas del tiempo no eran las mismas dentro de ese viejo cobertizo, decidió aprovecharlas. Su oficina estaba lista con una vieja computadora de escritorio y algunos accesorios. Cada día se escabullía hasta allá y escribía durante dos o tres horas. No sabía exactamente cuánto tiempo porque su reloj y el de la computadora no funcionaban, se atrasaban y adelantaban sin sentido.

La novela avanzaba viento en popa. Sin embargo, cuando decidió mandarse un correo a sí mismo para tener una copia de seguridad, no pudo encontrarlo en su casa. No solo las horas sino las fechas estaban trastocadas dentro de ese misterioso lugar, esto a veces le preocupaba pero intentaba no pensar en ello.

Aunque Daniel trabajaba en otro departamento siempre lo buscaba a la hora del almuerzo o en el bus, para repetirle sus historias y nunca escuchaba lo que Carlos quería decirle, que no era mucho porque realmente no quería cruzar palabras con él.

Lo peor sucedió una tarde en la que Carlos escribía feliz y escuchó a Daniel detrás, riéndose por haber descubierto su escondite. Carlos se enojó mucho, aunque sabía que con eso no sacaría nada de Daniel, solo le pidió discreción y el intruso se comprometió a no mencionarlo.

Debido a la naturaleza de su trabajo, Daniel no podía visitar el cobertizo tan seguido como Carlos. Los días que lo hizo jugaba videojuegos en la computadora, y tomaba cerveza, quizás por eso no se daba cuenta que el tiempo se detenía en ese lugar. Una tarde encontró a Daniel leyendo su libro. Cuando lo vio sonrió y le dijo, — ¡deberías publicarlo! — y lo abrazó.

Esa noche Carlos, en su casa, buscaba el archivo de la última versión de su novela, que esa tarde se envió, pero el correo era un desastre de fechas, horas y copias con distintos grados de avance. Encontró allí un mensaje de Daniel en el que le pedía ayuda porque estaba atrapado y no podía salir. Pensó que era un hombre emocionalmente inestable, después de todo, no tenía familia y tampoco un futuro. Tal vez no era tan mala idea ser su amigo. Cansado desistió de buscar el archivo y se fue dormir.

Hoy traía un flash para poder copiar su novela y llevarla a la editorial. Al entrar en la fábrica advirtió un movimiento inusitado y al preguntar le dijeron que demolían la zona del cobertizo, corrió, pero ya no le dejaron pasar porque las palas estaban tumbando todo, como él mismo había informado dentro del lugar solo quedaba basura.

Se contuvo y corrió a buscar a Daniel para preguntarle por su computadora, pero no lo encontró. Su celular estaba apagado, se imaginó lo peor. Se escabulló para llegar al depósito, que ahora era un montón de escombros y gritó buscando a Daniel. Los trabajadores lo calmaron, aunque no habían revisado el depósito antes de tirarlo abajo, le aseguraron que no habían visto ni escuchado a nadie.

Al final del día, la zona quedó limpia de escombros y basura acumulaba y no había noticia de haberse hallado ningún cadáver, tampoco había noticias de Daniel. Recordó el último correo que recibió de él y pensó que no hablaba en sentido figurado, si no que literalmente estaba atrapado dentro del depósito, pero al mismo tiempo se encontraba en otro lugar.

Volvía de la editorial donde le habían dado un plazo de otros dos meses para escribir su novela perdida accidentalmente, cuando se detuvo en un puesto callejero de libros y buscando entre ellos no pudo creer lo que encontró: un libro con el mismo título de su novela perdida, escrito por Daniel Vargas publicado en 1982.

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Biografía

Jorge Jesús Barriga Sapiencia nació Potosí 19 de enero de 1979. Lic en Comunicación Social egresado de la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca con una maestría en Comunicación y Nuevas Tecnologías de la Educación en la Universidad Andina Simón Bolívar.

Su primer libro “Suerte muerte y microficciones” sale a la luz a fines del 2020 editado por Velatacú, parte de la colección Serendipia de poesía y Minificción.

Forma parte de “Macabro Festín” Antología de cuentos de terror de la Editorial Soy Livre. Y “Caspa de Angel” de la editorial Kipus copilado por Homero Carvalho y Marcia Batista Ramos.

Así mismo sus cuentos y minificciones forman parte de las antologías “Paradojas” y “Onomatopeyas” de Historias Pulp de España. La antología “Los Gatos” de la revista de literatura Aeternum de Perú en el portal de descarga de libros digitales Lektu. En la revista ciencia ficción “Espejo Humeante” año 2 número 3 junio del 2019.

En la revista Tlacuache N°4 “Cyber Punk” en agosto de 2019, y en la revista Tlacuache N°5 “lucha Libre” en octubre de 2019.

En enero del 2020 varios microcuentos se publicaron en el blog de literatura latinoamericana “Letras Itinerantes” de Colombia.

En mayo del 2021 su minificción “El Portal del Mal aparece en la antología “Atmósferas Insólitas” de la editorial mexicana “Minificción”.

Uno de sus guiones forma parte del libro digital “Cómo se escribe un guion: doce guiones de cortometraje” de Ramón Aguyé.

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Fotografía: Perfil de Facebook del autor

 

 

  

 

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