"La culpa es la engañosa artimaña que nos brinda una falsa sensación de tranquilidad al responsabilizar a otros y al pasado por nuestras desgracias actuales"
- Harold Kurt
INTRODUCCIÓN
Quienes hayan disfrutado de las películas o leído
los libros de Harry Potter recordarán con cariño, y a la vez con cierta pena, a
un pequeño elfo llamado Dobby. A pesar de su frágil y diminuta apariencia,
Dobby era extraordinariamente sensible y poderoso. Sin embargo, se hallaba
atrapado en un torbellino de culpas que lo llevaba a someterse a castigos como
forma de expiar sus faltas. Esta conducta es tan común que la psicología
moderna la ha denominado "efecto Dobby", un término contemporáneo
para referirse al arraigado sentimiento de culpa que ha afectado a millones a
lo largo de la historia.
Hablando de autocastigos, podemos mencionar los
casos en que algunos se infligen dolorosas lesiones corporales. Incluso
admitirán haberse lastimado físicamente alguna vez, mientras que otros que no
recurrieron al daño físico podrían percibirlo como algo ajeno, una patología
lejana que nunca les afectó. Pero esta es una falacia, una percepción errada de
la realidad, porque existen diversas formas de autocastigo, muchas de las
cuales no son visibles y, por ello, se cree erróneamente no padecerlas. Los
autocastigos psicológicos parecen no existir por su invisibilidad cuando, en
realidad, son los más comunes.
Entre estas formas invisibles se encuentran, por
ejemplo, la autocrítica excesiva, el aislamiento social, la renuncia a los
placeres de la vida, las dietas extremas, la falta de cuidado personal o la
privación del sueño. Las personas podrían sabotear sus propios logros y éxitos
como castigo por acciones pasadas. Incluso rechazan oportunidades porque
sienten no merecerlas. Estas conductas podrían manifestarse en el trabajo, los
estudios o las relaciones personales. Incluso buscar relaciones tóxicas con
personas controladoras, violentas o celosas que lastimen constantemente puede
ser una manifestación. Aunque al principio nieguen caer en estas conductas o no
las acepten, lo cual no sorprende porque es muy difícil reconocerlas por uno
mismo. Sin embargo, incluso sin ser conscientes, podrían estar experimentando
profundos sentimientos de culpa.
¿QUÉ ES LA CULPA?
La culpa, por definición, es una emoción moral que
desempeña un papel central en la psicología humana. Se manifiesta cuando
percibimos que hemos transgredido normas o causado daño a otros. Aunque es un
fenómeno ampliamente estudiado y se define de diversas maneras en distintos
modelos conceptuales, la mayoría coincide en que se trata de una emoción
negativa. Sin embargo, discrepo en este punto, ya que, en rigor, no se trata
estrictamente de una emoción. Más bien, es una sensación interior creada por
una estructura de creencias relacionadas con la infracción de ciertas reglas y
normas establecidas en la cultura, además de registros sensibles como la
empatía. Constituye una elaboración del sistema emocional que llega a ser muy
compleja y se acerca más a un sentimiento.
Hay varios procesos que la componen. En primer
lugar, la culpa está integrada con una memoria que influye en el presente
(recuerdos de malas acciones, por ejemplo). Segundo, se conecta con nuestras
intenciones, cuyos resultados deben calcularse (esos recuerdos determinan
ciertas conductas). En tercer lugar, está vinculada al reconocimiento de que
nuestros actos tuvieron una consecuencia negativa que bien podría haberse
evitado; es decir, implica una necesidad de arrepentimiento y se vive
experimentando el remordimiento.
En este ensayo, exploraremos a fondo este
sentimiento, examinando sus causas subyacentes, sus efectos en diversos
aspectos de la vida y las estrategias para superarla y afrontarla de manera
saludable.
Es importante destacar que el concepto de culpa
puede resultar ambiguo, ya que su estudio depende del enfoque desde el cual se
aborde. Existen diversos puntos de vista que permiten analizarla. Asimismo, es
importante comprender que la conciencia culposa es una construcción social
propia de nuestra cultura. En la obra de Nietzsche, el filósofo alemán
esclarece una relación entre la culpa y la deuda. Con esta idea, podemos
deducir que siempre que nos sentimos culpables de algo, queremos resarcir ese
daño en compensación de lo ocasionado porque debemos pagar la falta y saldar la
deuda.
Esto es precisamente lo que la religión y la
cultura nos han inculcado desde la infancia. Desde este punto de vista, el ser
humano nace deudor de su vida y, por tanto, con cierta culpa (el pecado
original). El ser humano, creyente o no, deviene con una deuda ontológica, ya
que, siendo el resultado de un creador o de una creación, llámese Dios o no, le
debe su existencia a algo. Desde el principio, lleva consigo una dependencia de
su ser en relación con Dios, sus padres, el medio biológico y cultural, así
como la dependencia de la educación recibida. Por estos motivos, la educación y
las creencias enseñan que el ser humano es deudor de todo lo recibido desde que
aparece en el mundo. Conforme avanza en edad, si falla en las reglas sociales,
familiares o religiosas, esto adiciona culpas nuevas en su biografía.
Veamos cuán arraigado está esto en nuestra
cultura, el sentirnos siempre deudores de algo y la necesidad de pagar por todo
lo que recibimos, que sería lo correcto y responsable. Pero lo peor del caso es
que en el ser humano esta idea declina a sentirse siempre deudor de todo y de
nada, hasta de sentirse el causante de cosas que jamás hizo, lo que crea
conductas serviles que están estrechamente relacionadas con sentimientos
culposos. Profundicemos un poco; por ejemplo, al tener un trabajo o recibir un
incentivo, es común que se diga que debemos estar agradecidos por tener un
medio de subsistencia, casi como si se tratara de un regalo, un favor, pero no
se menciona o se deja olvidada la idea del merecimiento, es decir, que por las
propias capacidades uno es digno de tenerlo, se lo ha ganado por su esfuerzo y
por otras cualidades.
Este sentimiento, al ser tan complejo, puede
manifestarse en diversos ámbitos, y su estudio varía según la disciplina que lo
aborde. Desde la perspectiva del psicólogo, se trata de un estado de ánimo y un
problema emocional. En contraste, el jurista se centra en el aspecto penal de
la culpabilidad, relacionado con la responsabilidad ante la ley. Por su parte,
el teólogo lo interpreta como una perturbación voluntaria en la relación del
hombre con Dios.
En este ensayo, nos centraremos en la visión
filosófica y psicológica de la culpa, explorando sus dimensiones desde ambos
campos. Además, abordaremos las estrategias que permiten enfrentar y superar
este complejo sentimiento de culpa, promoviendo un desarrollo emocional y moral
saludable.
CULTURAS DE LA CULPA,
VERGÜENZA Y MIEDO
En diversos entornos culturales, la génesis de la
culpa se manifiesta de manera singular. La cultura occidental, por ejemplo, se
distingue por su arraigada tendencia a la culpabilidad, fundamentada en la
figura del mártir, heredada de la tradición cristiana. El mártir, como símbolo,
encarna a alguien que sacrifica su vida con la esperanza de redimir, aunque el
éxito de esta empresa no esté garantizado con la muerte. Esta perspectiva
contrasta con la del héroe de la cultura griega clásica, cuya muerte es
contingente, pero cuyo triunfo es innegable.
Aunque la cultura de la culpa prevalece como un
pilar robusto en el mundo occidental, otras perspectivas culturales también
coexisten. Una de las características de las culturas culposas es que la
persona que transgrede lleva consigo una carga moral considerable, una
autoimposición que no siempre depende de la condena social. En contraste,
existen también otras culturas, como las de la vergüenza, donde la carga moral
es adjudicada por la sociedad, y la expiación de las faltas se realiza en
presencia de otros. En este contexto, la vergüenza se convierte en un
padecimiento social, y la redención implica el acto de pedir perdón o enfrentar
el castigo social. Estas culturas de la vergüenza se manifiestan, por ejemplo,
en pequeñas comunidades tradicionales, culturas originarias de América o la
sociedad japonesa, donde la pérdida de honor puede desencadenar el escarnio
social y la degradación. En las culturas de la vergüenza, el enfoque se centra
en cómo las acciones afectan la percepción social, guiando a las personas a
evitar el juicio y la desaprobación comunitaria para preservar la imagen propia
y la de su familia. Estos enfoques culturales influyen de manera significativa
en la configuración de comportamientos y relaciones en una sociedad.
Adicionalmente, algunos estudios añaden otro tipo
de cultura basada en el miedo como un elemento distintivo. En estas sociedades,
las personas afrontan las normas y expectativas a través de enfoques emocionales
diversos. En una cultura de la culpa, se aprecia la responsabilidad personal, y
se espera que aquel que comete un error asuma su responsabilidad y busque
corregirlo. Por otro lado, en una cultura del miedo, las normas se sostienen
mediante la amenaza de consecuencias negativas, induciendo a las personas a
comportarse de cierta manera por temor a represalias. Estos enfoques
emocionales añaden capas adicionales a la complejidad de la interacción social
y la conformación cultural.
REFLEXIONES SOBRE LA CULPA
Y LA DEUDA: EL ACREEDOR Y EL DEUDOR
Nietzsche aborda de manera profunda el tema de la
culpa en varias de sus obras. En el Tratado Segundo de la Genealogía de la
Moral, titulado "Culpa, mala conciencia y similares", analiza el
origen de la culpa y sus ramificaciones. Al final de este ensayo, he incluido
un apéndice que resume brevemente dicho tratado y sirve como base para el
presente estudio. No obstante, recomiendo la lectura completa de esta obra para
una comprensión más amplia y profunda.
Se dice en esa obra que la conciencia es el
resultado de un proceso llamado por Nietzsche “ética de las costumbres”, cuya
cima es el hombre al que le es lícito hacer promesas. Es interesante observar
el uso del concepto "ser lícito" en lugar de "ser capaz".
El filósofo nos dice que el hombre es un ser
creado con la capacidad de hacer promesas. Y la fuerza en contra de permitirse
hacerlas es el olvido. Parafraseando al autor, olvidar es como cerrar
temporalmente las puertas y las ventanas de la conciencia y no dejar que nos
molesten el ruido y las luchas externas e internas. Se ve hasta qué punto no
podría haber felicidad, jovialidad, esperanza, orgullo, presente, sin el
olvido. Pero este ser capaz de olvidar para ser feliz ha creado una memoria que
no le permita olvidar el momento en que se ha permitido prometer. Por eso
mismo, el acto de prometer ha creado una memoria de la voluntad y, por tanto,
una larga cadena de actos de voluntad. Para tal fin, el hombre debe aprender a
anticiparse y distinguir los sucesos necesarios de los contingentes. Los actos
del hombre se centran en contar y calcular. Esa es la larga historia del origen
de la responsabilidad.
Pero en este largo tránsito del hombre animal que
está sometido a la eticidad de la costumbre, que no es otra que las normas a
las que el hombre debe someterse y obedecer en ese largo y genérico proceso de
educación (de adiestramiento). Es como un gran árbol cuyas raíces conforman ese
hombre animal adiestrado, hasta donde finalmente el gran árbol da sus frutos,
que no es otra cosa que el individuo soberano. Desde el hombre animal hasta
este último, hay un largo trecho. Puesto que este último es un ser igual a sí
mismo, libre de la eticidad de la costumbre, un individuo autónomo y
supramoral, de voluntad propia e independiente. Este hombre liberado es el
único al que le es lícito prometer. Porque es un tipo de hombre con dominio de
sí mismo y, por tanto, no se deja llevar por las casualidades de la vida y las
circunstancias. Además, honra a los que les es lícito prometer.
El hombre animal es “capaz” de hacer promesas; en
cambio, al individuo soberano le es “lícito” hacerlas. He aquí la diferencia
entre ser capaz (una posibilidad) y tener la virtud, la gracia, la potestad de
cumplirla. La diferencia radica en que uno se somete a una ley externa, pero el
otro es responsable de sí mismo, de su propia ley. El primero puede prometer,
pero tal vez, si la circunstancia no se lo permite, no cumplirá su promesa. Tan
solo lo hará bajo la coerción de la comunidad y sus costumbres. Por el
contrario, el segundo mantendrá su promesa incluso frente a las adversidades,
incluso aunque no haya nadie que le obligue a ello. El hombre animal puede
prometer que no matará porque la ley así se lo exige, pero puede que en cierto
contexto no cumpla su promesa, por ejemplo, ante una ofensa muy grave. Pero,
para el individuo soberano, no existe contexto alguno que lo lleve a incumplir
su palabra. Por mucho que fuera víctima de una ofensa terrible, como el
asesinato de su familia, el hombre al que le es lícito hacer promesas no
faltaría a ella. El individuo soberano ha adquirido el privilegio de la
responsabilidad, un poder sobre sí mismo y el destino, que se ha convertido en
una facultad dominante que él ha denominado la ‘conciencia’ en su forma más alta,
y que se ha logrado luego de una larga historia y metamorfosis sucesivas. Pero
este poder que el individuo soberano ha conseguido y que puede ostentar con
orgullo, si bien es el fruto maduro del árbol, es también un fruto tardío y por
mucho tiempo no hubo ni el más mínimo atisbo de ese fruto.
Ahora bien, ¿cómo nace esta necesidad de hacer
cumplir las promesas? Según Nietzsche, en la relación contractual entre
acreedor y deudor, que es la más antigua y originaria relación y que remite a
las formas básicas de compra y venta. Es aquí también donde halla su origen el
sentimiento de culpa (Schuld),
que no tiene que ver con una responsabilidad moral sino con una deuda. De lo
que deriva etimológicamente tener deudas (Schulden).
De esto se entiende que el culpable es un deudor que no restituye la deuda. El
deudor es quien promete que devolverá aquello que se le ha dado, que honrará su
promesa de restitución para con el acreedor. Para dar garantías de ello,
empeñará algo y, en caso de que no lo tenga y no pague, deberá dar otra cosa
que todavía posee, sus bienes o, como en la antigüedad y todavía en algunas
partes, su cuerpo, su mujer, su libertad o también su vida. Esto le causará
dolor y será una forma de cobro para satisfacción del acreedor.
Ahora bien, al entregar alguno de esos bienes más
preciados, el deudor quedará preso de un sufrimiento. Por tanto, ¿cómo puede
ser el sufrimiento ajeno una buena forma de pago? ¿Por qué aceptaría el
acreedor el derecho a hacer sufrir al deudor como garantía en caso de impago? La
equivalencia viene dada por el hecho de que al acreedor se le concede, como
restitución y compensación, una especie de sentimiento de bienestar. Nietzsche
dice: "hacer el mal por el placer de hacerlo”.
Como habíamos indicado más arriba, la cúspide, el
fruto final del gran árbol, era el individuo soberano, habiendo adquirido la
conciencia que le permitía ser responsable de sus actos. Al contrario, el
hombre-animal, errante y moribundo en el mundo, solo posee una mala conciencia
que le remuerde porque falta a sus promesas y no las cumple.
La genealogía o génesis de la culpa se despliega
con profundas implicancias históricas y sociales que perduran en la actualidad.
Desde una perspectiva filosófica, se vislumbra la moralidad como un intrincado
sistema de deudas y culpas, donde las acciones moralmente cuestionables
demandan un pago. Este enfoque podría sugerir que la sociedad contemporánea ha
adoptado un paradigma donde la obligación de saldar deudas morales se ha
convertido en una norma.
Por otro lado, en el ámbito económico y
financiero, la conexión entre deuda y culpa adquiere relevancia al abordar la
carga de la deuda pública y privada. La palabra "deuda" no solo
conlleva la obligación de pagar una suma específica, sino que también puede
generar sentimientos de culpa en individuos o naciones que se perciben como
moralmente responsables de cumplir con sus obligaciones financieras. Esta
dinámica se manifiesta de manera aguda en crisis actuales, como la problemática
de la deuda soberana en diversos países. Así, la relación entre deuda y culpa
se proyecta como un fenómeno intrincado que permea distintos aspectos de la
vida social, económica y emocional.
En el transcurso de siglos, se ha ido formando un
vigilante interior que nos recuerda que debemos pagar lo que se nos dio. Por lo
que se ha generado un nexo perpetuo entre acreedor y deudor hasta que la deuda
sea cancelada. Esa sensación, de que debemos algo, es necesaria para el sistema
porque permite un control social. Ya que es un deber responder y prometer pagar
esa deuda y, en caso de no hacerlo, se generará de manera inmediata un
sentimiento de culpa. Ya no es como el panóptico foucaultiano donde algo
controla nuestros actos, sino que se ha llegado a integrar el juicio en
nosotros mismos y nos convertimos en nuestros propios jueces. Fíjense que ya no
se necesita un agente externo que nos inculque esa culpabilidad a cada momento.
Se ha instaurado de tal manera que uno mismo lo genera.
La responsabilidad es lo contrario a lo descrito,
ya que surge de una necesidad de responder frente a algo. El cumplimiento de
una responsabilidad es la forma opuesta de sentirse culpable por algo. Es su
antípoda y, como lo veremos más adelante, es una de las maneras de superarla.
Ya que la culpa seguirá ahí mientras no la resolvamos, es decir, mientras no
hagamos algo eficaz que compense o resuelva el compromiso incumplido. En
cambio, en la responsabilidad, se realizan actos efectivos que respondan a la
falta o la deuda.
El sentimiento de culpa es la libertad imaginaria
que no oprime desde fuera; en cambio, estamos en competencia con nosotros
mismos. Nos juzgamos y eso genera sufrimiento. Pero aparecen nuevos mecanismos
que permiten que ese sufrimiento no sea gratuito. No se busca resolver el
problema; se busca escapar de él. En esta subyace la necesidad de una acción
que el individuo no quiere hacerse responsable, entonces busca una
justificación cualquiera que sea para evitar asumir las consecuencias de sus
actos. La más común es asumir el victimismo. La justificación de la irresponsabilidad
se basa en echar la culpa a otros o a las circunstancias. De esta manera, el
culposo intenta desligarse de ese sentimiento transfiriendo su propia culpa a
otros.
Una gran mayoría no se hace responsable de sus
actos y generalmente de casi nada de su vida. Necesitan que otros les digan lo
que deben hacer. Gene Gerard dice que, como carecemos de “instintos” que nos
guíen hacia determinadas actividades, entonces buscamos modelar nuestro deseo.
La publicidad usa este concepto buscando modelos de deseo, personajes exitosos,
por ejemplo, y uno quiere ser como ellos. Los modelos generan una posibilidad
de relación con los objetos, nos dicen qué debemos hacer, cómo debemos
comportarnos, cómo debemos vestir, a dónde debemos ir, etc.
Todo esto se genera a partir de las costumbres y
la cultura. De estructuras verticales donde siempre debemos hacer lo que
alguien con liderazgo dice lo que hay que hacer y sintiéndonos responsables de
cumplirlo. De esto derivan las normas de la familia, la educación, por ejemplo,
la escuela con el sistema de premios y castigos. De la misma manera con las
jerarquías sociales.
De ahí deviene el problema fundamental de la
culpa, el de hacer sentir a los demás en falta constante de lo que no se ha
alcanzado. Pero ya no hace falta que en este tiempo exista un sistema opresor
que nos obligue a realizar metas. Se ha llegado a integrar de tal forma que uno
mismo se convierte en el propio explotador de su vida. Byung-Chul Han dice:
“Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la
pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador
quemado”. Esta cadena de autoexplotación es posible porque ya se interiorizó la
negatividad, por lo que ahora sigue presionándose a sí mismo para lograr ser
igual de productivo que antes, pero sin que nadie externo lo presione. De ahí
que aparezcan ciudadanos cansados y enfermos mentalmente. Han caracteriza a la
sociedad actual como un “paisaje patológico de trastornos neuronales”, tales
como depresión, déficit de atención con hiperactividad y agotamiento crónico,
lo que ha sido bautizado como el síndrome de burnout. ¿Pero qué es lo que
motiva a hacerlo? Sin duda alguna, es la creencia de que, si no lo hacen, serán
menos, mediocres, no obtendrán lo que otros tienen. Se basa en la comparación y
en seguir normas y estándares impuestos. El no lograrlo, por supuesto, genera
sentimientos de culpa y está ligado con el autocastigo. Como Nietzsche dice,
culturalmente ha funcionado muy bien el “deber”.
En cualquier caso, el sentimiento de culpa no
necesariamente es negativo. Me explico. Recordemos la diferencia que hace
Nietzsche sobre esto; la imposición del deber y la consecuencia del sentimiento
de culpa no serían necesarias si las características del individuo soberano
aparecieran como rasgo común de todos los seres humanos. Pero ya sabemos que no
es así. Por tanto, la sociedad ha creado normas de conducta para que las
personas no se descontrolen. Lamentablemente, esto ocasiona que se admitan
comportamientos de los cuales no seamos plenamente conscientes. Solo se
comportan de determinada manera en forma de obediencia, y esa obligación
conlleva una presión que hace que el individuo se convierta en enemigo de sí
mismo.
TIPOS DE CULPA
Se debe hacer una distinción entre dos tipos de
sentimientos de culpa: aquellos generados por las normas y costumbres
establecidas en una sociedad, que configuran la "conciencia moral", y
la adquirida por la conciencia propia que proviene básicamente del furor
interior y la conciencia de hacer daño o algo incorrecto que se crea, entre
otras cosas, la empatía como cualidad que surge en los seres humanos, y que tan
maravillosamente diferenciaba Nietzsche, indicando que solo era privilegio de
los individuos soberanos y que no deriva de nuestra educación ni de nuestra
religión, sino de un sentido de responsabilidad interior de nuestros actos.
Ambos tipos de conciencia demandan un análisis
específico, pero este ensayo se ha centrado en el primero, la "conciencia moral".
La culpa puede surgir cuando alguien experimenta remordimiento por el mal o
error que ha cometido. Además, existe una característica socialmente arraigada
de atribuir culpas a otros y buscar responsables. Por otro lado, la culpa puede
ser realista y racional, fundamentada en hechos objetivos que transgreden
normas éticas, mientras que también puede ser irracional, desproporcionada o
carente de justificación.
La intensidad y duración varían significativamente
entre individuos y situaciones. Algunos experimentan una culpa leve y
transitoria que desaparece rápidamente, mientras que, para otros, este
sentimiento puede ser profundo y persistente, afectando su calidad de vida y
bienestar emocional.
Las investigaciones en este ámbito han revelado
conexiones intrigantes con las características propias del trauma y el duelo.
Por ejemplo, la constatación de que acciones pasadas, pérdidas y eventos
impactantes generan sufrimiento psicológico. Esta puede ser una de las causas
por las cuales muchas personas no aceptan ni siquiera sospechan que cargan
sentimientos de culpa relacionados con esos eventos. Tanto la culpa, el duelo
como el trauma están arraigados en acontecimientos pasados, percibidos como
irreversibles. En este sentido, resulta absurdo querer o imaginar qué hubiera
pasado si... Se puede comprender mejor esta relación con frases como:
"Nada de lo que usted diga podrá cambiar lo que ha pasado",
"Nada podrá devolver al ser querido que ya partió" y "Ojalá
nunca hubiera sucedido, pero sucedió y no se puede hacer nada para regresar al
pasado y cambiarlo". Solo menciono estas relaciones, pero es un tema
sumamente interesante, digno de un estudio aparte.
CAUSAS DE LA CULPA
El sentimiento de culpa no surge de manera
arbitraria; en cambio, tiene diversas causas interrelacionadas. La cultura y la
religión desempeñan un papel destacado al enfatizar conceptos como el pecado y
la vergüenza. Simultáneamente, las normas sociales y las expectativas
culturales pueden generar presión para cumplir con ciertos estándares. La influencia
de la educación familiar también es significativa, ya que los patrones de
crianza y las expectativas parentales pueden fomentar la autoexigencia.
Experiencias negativas, como el abuso o el trauma,
tienen el potencial de distorsionar la percepción de culpabilidad de una
persona, llevándola a sentirse culpable de manera desproporcionada.
Características de personalidad, como el perfeccionismo y la baja autoestima,
pueden aumentar la propensión a experimentar sentimientos de culpa al
establecer expectativas irrealistas sobre uno mismo. La rigidez en el concepto
de moralidad, que establece claramente la línea entre el bien y el mal, puede
intensificar la tendencia a experimentar culpa ante acciones percibidas como
moralmente incorrectas.
CARACTERÍSTICAS DE PERSONAS CRIADAS CON CULPA
Las personas criadas con culpa enfrentan desafíos
emocionales que impactan su bienestar. Comúnmente experimentan sentimientos de
inferioridad e inadecuación, llevando a una baja autoestima y la sensación de
no merecer cosas positivas en la vida. Esta carga constante de culpa también se
manifiesta en la inadaptabilidad, creando incomodidad en situaciones exitosas o
felices. El miedo al éxito revela la presencia de sentimientos de culpa,
dificultando la capacidad de disfrutar de los logros y la felicidad.
Además, se observa una tendencia a la autocrítica
destructiva, con pretextos que justifican el sufrimiento constante. Manejar
esta culpa puede volverse desafiante, afectando las relaciones interpersonales
y generando conflictos emocionales. La dificultad para comprender y empatizar
con los propios sufrimientos autoinfligidos crea un sentido de incomprensión en
las relaciones. Además, algunas personas adoptan el lenguaje de víctima,
percibiéndose constantemente como víctimas de las circunstancias y
autovictimizándose para obtener atención o satisfacer otros intereses, como
señaló Arthur Miller: "Los
sentimientos de culpa son muy repetitivos, se repiten tanto en la mente humana
que llega un punto en que te aburres de ellos".
MANIPULACIÓN A TRAVÉS DE
LA CULPA
La manipulación se manifiesta de dos formas:
cuando la persona se victimiza al cargar con todo lo negativo de los
acontecimientos, o cuando culpabiliza a otros. Quien adopta la postura de
víctima busca generar lástima y evadir responsabilidades. Se queja
constantemente, percibe el mundo de manera negativa, magnifica sus problemas,
adopta una actitud derrotista ante la vida, espera que los demás le den lo que
desea, y valora su propio mérito únicamente en términos externos. Además,
manipula emocionalmente generando culpa en otros para obtener apoyo. Adopta
pensamientos irracionales que refuerzan su sensación de ser una víctima,
llegando al extremo de autoengañarse y creer en su propia victimización. Esta
actitud compartida entre la victimización y la culpa muestra una falta de
responsabilidad y un deseo de obtener beneficios sin esfuerzo alguno.
Por otro lado, la segunda forma de manipulación se
centra en culpar a los demás. La culpa es la engañosa artimaña que nos brinda
una falsa sensación de tranquilidad al responsabilizar a otros y al pasado por
nuestras desgracias actuales. La persona culpable se autoengaña al atribuir a
los demás la responsabilidad de lo que él mismo no se esfuerza por lograr. Se
sabotea a sí misma para mantener su papel de víctima, utilizando la retórica de
que algo o alguien, incluso el mundo entero, conspira en su contra. Siempre
encuentra excusas para justificar sus fracasos y así evitar esforzarse
nuevamente, intentando no salir de su zona de confort.
ESTRATEGIAS DE
AFRONTAMIENTO
Afrontar la culpa puede ser un desafío, pero es
esencial para cuidar nuestra autoestima y bienestar emocional. Aquí hay algunas
estrategias que pueden ayudarte a lidiar con la culpa: Descubre la fuente del
malestar, comprende por qué te sientes culpable. Analiza la situación de manera
neutral, incluso con la ayuda de un profesional. Acepta el malestar,
reconociendo que la culpa tiene un mensaje importante. Convierte la culpa en
responsabilidad, tomando medidas para reparar cualquier daño. Perdónate a ti
mismo, practica la flexibilidad y tolerancia hacia los errores, y cultiva la
empatía hacia ti mismo.
Recuerda que no se trata de eliminar completamente
la culpa, sino de aprender a manejarla de manera adaptativa. Si persiste de
manera desadaptativa, busca apoyo profesional. Además de estas estrategias,
puedes reflexionar y meditar sobre tus motivaciones, compartir tus sentimientos
con personas de confianza, aprender de tus errores y practicar el autocuidado.
Trátate con autocompasión, establece límites cuando sea necesario y considera
reparar cualquier daño causado. En casos más graves, la terapia profesional
puede ser una valiosa opción. Trabajar hacia el perdón genuino, ya sea hacia ti
mismo o hacia otros, también puede liberarte de pensamientos obsesivos sobre el
pasado.
LA FELICIDAD COMO
RESPONSABILIDAD PERSONAL
La idea de que "nada puede hacer feliz o
infeliz a nadie", como afirmaría Arthur Schopenhauer, resalta la
importancia de que la felicidad es intrínseca y depende en gran medida de
nuestra actitud hacia la vida. En lugar de buscar la felicidad en eventos
externos, podemos cultivarla al apreciar lo que tenemos y evitar quejarnos en
exceso. La gratitud y la apreciación de la vida, como sostendría Epicteto, son
prácticas poderosas para promover la felicidad. Hay que aprender a amar lo que
se tiene, por muy poco que sea.
Debemos cambiar el enfoque de la culpa hacia la
responsabilidad, como decía Viktor Frankl: “El ser humano es un ser libre y
responsable, capaz de decidir y de dar un sentido a su vida”. En lugar de
buscar culpables y castigar, podemos buscar al responsable y centrarnos en
reparar el daño causado. Hay que reconocer que las emociones negativas se
originan en nuestro interior y son el resultado de nuestras respuestas a
situaciones específicas es un recordatorio importante de que tenemos el poder
de influir en cómo nos sentimos. Podemos elegir conscientemente cómo reaccionar
a las circunstancias.
Es importante subrayar, siguiendo las enseñanzas
de Jean-Paul Sartre, que somos libres para decidir nuestra calidad emocional.
Este recordatorio es poderoso, indicando que no estamos a merced de las
circunstancias externas ni de otras personas. Podemos tomar el control de
nuestras emociones y elegir cómo queremos sentirnos en respuesta a diferentes
situaciones.
Hay que recordar la importancia de evitar caer en
el círculo vicioso de sentirse mal y culpar a otros. Es esencial para mantener
un estado emocional saludable. Tomar responsabilidad por nuestras emociones y
elegir respuestas más constructivas puede romper este ciclo negativo.
Buenos Aires, enero de 2024
APÉNDICE
GÉNESIS DEL SENTIMIENTO DE
CULPA
Resumen de los primeros nueve capítulos del
Tratado Segundo: “Culpa, mala conciencia y similares” de la Genealogía de la Moral.
I
El hombre es el único ser capaz de hacer promesas.
Está dotado de la fuerza del olvido, que es una facultad activa que le permite
asimilar experiencias y dejar espacio para lo nuevo. El olvido actúa como un
guardián del orden mental y tiene una gran importancia porque le facilita la
felicidad, la alegría y la esperanza. Sin recuerdos no hay tristezas. Sin
embargo, el ser humano también ha desarrollado la memoria como una facultad
opuesta al olvido, que se activa especialmente cuando hacemos promesas. Se
resalta la importancia del pensamiento causal, la anticipación del futuro y el
cálculo para poder prometer y determinar metas y medios necesarios para su
cumplimiento. Aprender a prometer implica un profundo conocimiento y
autoconciencia del ser humano. Debe ante todo diferenciar entre el acontecer
necesario del acontecer azaroso. El hombre debe volverse calculable para
saberse capaz de cumplir esa promesa.
II
Todo lo anterior muestra la procedencia de la
evolución de la responsabilidad y la moralidad en la humanidad. Se destaca la
conexión entre la capacidad de hacer promesas y la necesidad de crear una
sociedad previsible y uniforme. Explica, en este sentido, el largo proceso
histórico de formación moral, denominándolo "moralidad de la costumbre",
que lleva al surgimiento del individuo soberano, autónomo y capaz de hacer
promesas. Nietzsche enfatiza la importancia de la libertad individual y el
poder sobre uno mismo, considerándolos como la medida del valor. Pero solo a
este individuo soberano, dueño de sí mismo, consciente de su libertad
infrecuente, le es lícito hacer promesas y desarrolla un instinto dominante al
que llama "conciencia moral". Resalta la superioridad y el respeto
que tiene este individuo frente a aquellos que carecen del derecho de hacer
promesas.
III
En este capítulo Nietzsche explora el concepto de
"conciencia moral" y su evolución a lo largo de la historia. Destaca
que la capacidad de responder por sí mismo, decir sí a sí mismo y tener orgullo
en ello. El individuo soberano es un fruto maduro pero tardío en la historia
humana. Se plantea el problema de cómo imprimir en la mente humana, propensa al
olvido, algo que permanezca presente, y señala que la solución histórica ha
sido la mnemotécnica, marcando a fuego en la memoria a través de experiencias
dolorosas y sacrificios. Sugiere también que la dureza de las leyes penales y
los castigos crueles han sido medios para crear una memoria y dominar los
instintos básicos, contribuyendo a la formación de un "pueblo de
pensadores" como los alemanes. Critica que la razón y la seriedad, aunque
valiosas, se han adquirido a un alto costo de sangre y crueldad. “…qué caros se
han hecho pagar, ¡cuánta sangre y crueldad hay a la base de todas las «cosas
buenas»! ...”
IV
En este pasaje se cuestiona la validez de los
genealogistas de la moral al abordar la conciencia de la culpa y la "mala
conciencia". Señala que la explicación de la culpa como derivada del
concepto material de deudas es una perspectiva más avanzada y refinada de la
moral, y no un origen primordial. La Culpa (Schuld)
está relacionada con el nacimiento de la Deuda (Schulden), la cual se caracteriza por representar
el estado de responsabilidad constante entre acreedor y deudor; compra, venta,
cambio, comercio, tráfico.
Nietzsche argumenta que la idea de castigo como
revancha ha evolucionado independientemente de conceptos sobre la libertad de
la voluntad. Destaca que las distinciones modernas sobre la intencionalidad y
la responsabilidad en la imposición de castigos son desarrollos tardíos en la
psicología humana, y que, en la antigüedad, el castigo se aplicaba más como una
reacción instintiva al daño causado, similar a cómo los padres castigan a sus
hijos. Finalmente, revela que la idea de una equivalencia entre perjuicio y
dolor tiene sus raíces en la antigua relación contractual entre el acreedor y
el deudor, presente en formas fundamentales de intercambio y comercio. Ahora el
que provoca un perjuicio está en deuda con el que lastimó.
V
Se explora la relación entre las relaciones
contractuales y la crueldad en la antigua humanidad. Se destaca que la creación
y aceptación de contratos despiertan sospechas sobre la dureza inherente a
estas prácticas. En el contexto de los contratos, especialmente aquellos
relacionados con deudas, se establece la necesidad de garantías y promesas de
reembolso. Para asegurar la seriedad de estas promesas, el deudor compromete
aspectos fundamentales de su vida, como su cuerpo, su libertad, su mujer o
incluso su vida. En caso de incumplimiento, el acreedor tiene el derecho, caso
extraño y digno de reflexión, el de infligir ignominias y torturas al deudor,
“…cercenar tanto como le pareciese adecuado a la cuantía de la deuda”, lo que
refleja una concepción del derecho basada en el poder y la crueldad. Nietzsche
sugiere que esta forma de compensación no busca una equivalencia directa al
perjuicio, sino que otorga al acreedor el derecho a ejercer poder sobre el
deudor, proporcionándole una sensación de bienestar y goce por la violencia
infligida. La compensación, por lo tanto, se traduce en la concesión y el
derecho a la crueldad.
VI
El ámbito del derecho de obligaciones destaca
conceptos morales como "culpa", "conciencia",
"deber" y "santidad del deber". Se sugiere que estos
conceptos están impregnados de sangre y tortura desde sus comienzos, generando
un entramado de ideas sobre "culpa y sufrimiento". La pregunta
central se centra en la compensación del sufrimiento como pago de deudas. Se
explora la idea de que hacer sufrir puede proporcionar un goce extraordinario,
especialmente cuando contrasta con el estatus social del afectado. Se menciona
la crueldad como una gran alegría festiva en la historia humana, sugiriendo que
incluso la necesidad de crueldad es ingenua e inocente. Se alude a la
espiritualización y "divinización" de la crueldad en la cultura
superior, vinculándola a eventos históricos como ejecuciones y torturas
necesarias, impregnadas de grandes ideales. Además, se destaca la satisfacción
de ver sufrir y la noción de que sin crueldad no hay fiesta, incluyendo el
castigo como una expresión festiva.
VII
El pesimismo contemporáneo es el resultado de la
evolución histórica de la percepción de la vida. El filósofo argumenta que la
antigua crueldad humana coexistía con una mayor alegría de vivir. Se sugiere
que la creciente vergüenza ante la crueldad condujo al oscurecimiento del cielo
sobre el hombre, marcado por una mirada pesimista y un rechazo a los instintos
naturales. Nietzsche reflexiona sobre el placer en la crueldad, proponiendo su
sublimación. Destaca que la interpretación del sufrimiento ha cambiado con el
tiempo y que antiguamente se justificaba a través de dioses que encontraban
placer en los espectáculos crueles. La antigua humanidad celebraba la vida como
un espectáculo público, visible y lleno de festividades, incluso en el
sufrimiento.
“Y, así, con ayuda de tales invenciones la vida
aprendió entonces ese truco en el que siempre ha sido muy hábil: la habilidad
de justificarse, de justificar su «mal»; quizás ahora harían falta otras
invenciones auxiliares para lograrlo (por ejemplo, la vida como enigma, la vida
como problema gnoseológico). «Está justificado todo mal cuya visión resulte
edificante a Dios», decía la antigua lógica del sentimiento... y, en realidad,
¿sólo la lógica antigua? Los dioses, pensados como aficionados a los
espectáculos crueles”.
El agudo análisis del filósofo termina con la
frase lapidaria: “Y, como ya he dicho, ¡también en el gran castigo hay tanta
festividad! ...”. ¿No nos recuerda acaso a la historia de muchas religiones?
VIII
“Fijar precios, tasar valores, inventar
equivalentes, cambiar..., tanto preocupó todo esto al pensar más primitivo del
hombre, que en cierto sentido es el pensar: en estas cosas se cultivó la más
antigua forma de sagacidad, y en ellas podría suponerse también el primer
atisbo del orgullo humano, de su sentimiento de superioridad en relación con
otros animales”.
El sentimiento de culpa y obligación personal,
remontándose a la relación primordial entre comprador y vendedor, acreedor y
deudor. Se destaca que esta interacción es la primera confrontación entre
personas, marcada por la fijación de precios, tasación de valores y el
intercambio. La compra y venta, con su complejo psicológico asociado, preceden
a cualquier forma de organización social. Nietzsche sugiere que la evaluación y
medición de valores son inherentes al ser humano, dando lugar a la noción de
que "todo tiene un precio" y "todo puede pagarse". En este
contexto, este es el génesis de la justicia, el antiguo canon moral marcado por
acuerdos y compensaciones, extendiéndose luego a relaciones con aquellos menos
poderosos.
Es el comienzo de todo «carácter bondadoso», de
toda «equidad», de toda «buena voluntad», de toda «objetividad» sobre la
tierra. Primer estadio, la justicia es la buena voluntad entre seres que
aproximadamente tienen el mismo poder, la voluntad de llegar a un arreglo, de
«entenderse» de nuevo mediante una compensación. Pero también es el nacimiento
de la opresión hacia alguien más bajo, hacia alguien que me “debe” algo. Tengo
ahora derecho a forzar de obligar a alguien que esté por debajo.
IX
La antigua manera de existencia que todavía hoy es
la base fundamental entre la comunidad y sus miembros, y que se utiliza en casi
todas las ciudades, pueblos y naciones del mundo es la relación entre un
acreedor y su deudor. Se destaca la importancia de vivir en comunidad,
disfrutando de sus beneficios y protección (el ciudadano que nace bajo la
protección de un estado), contrastando con la situación del individuo excluido
o "proscrito". Se enfatiza que, en caso de quebrantar la relación con
la comunidad, el transgresor se convierte en un criminal que no solo incumple
contratos, sino que también atenta contra el orden común. “El criminal
[Verbrecher] es ante todo un «quebrantador» [Brecher], alguien que ha
quebrantado el contrato y la palabra dada en contra de la totalidad”. La
reacción de la comunidad es expulsarlo y tratarlo como un enemigo derrotado,
perdiendo todo derecho y protección. El castigo se presenta como una
manifestación de la actitud beligerante y sin clemencia, explicando la
diversidad de formas que ha adoptado a lo largo de la historia, incluso en el
contexto de la guerra y el sacrificio. “No sería impensable una conciencia del
poder de la sociedad en la que la sociedad pudiese permitirse el lujo más
exquisito que existe: dejar impune a su damnificador”.
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Harold Kurt, nace en La Paz, Bolivia. Ávido lector, escritor, pensador, humanista, apasionado a la literatura y la filosofía, empezó a escribir a una edad temprana. Amante de la música, el cine, la pintura y la buena literatura. Como Diógenes, afirma ser ciudadano del mundo. Conferencista y ensayista, ha escrito ensayos (Imagen y Sentido. La Paz, Bolivia: Editorial Kipus) y algunos cuentos.
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