Sucedió el día en que doña Nemesia Justiniano de Landívar
inventó el pan de arroz.
-Sí, sucedió ese día. La gente, anoticiada horas antes por los
criados, se había reunido en el canchón de la comadre Neme para saborear sus artes, cuando llegó Cachorralo
con la novedad: Don Nicomedes ha muerto.
Tieso y con los ojos salidos, así de grandotes, ·Y Cachorralo se llevaba las manos
a la cara como agarrando
un huevo en cada una-, se hallaba
tendido en la puerta de la iglesia.
-Pero no se vaya a creer usted qué ninguno
de los que allí estábamos presentes se sorprendió
o se
conmovió con la noticia. Era algo que estábamos aguardando que suceda. Al contrario, para serle
francos, nos alegramos. Nadie, sin embargo,
se rio, hasta que alguien, rompiendo la pesadez
del silencio, exclamó: ¡AI fin, ya era hora,
hasta cuándo puej, carajo...!
-Ahora que usted lo pregunta,
le confieso que nunca pude olvidar ese día. Es como si todos estos años ese mal recuerdo
se hubiera mantenido
sobre el pueblo,
rondándonos como un Sucha. Nos alegramos, sí señor, pero nadie quiso ser
el primero en ir a la puerta de la iglesia para ver el cadáver.
¿Que por qué no lo hicimos de inmediato? Porque queríamos ganar tiempo; convencernos de que lo que acabábamos de es cuchar era cierto: Que don Nico estaba muerto,
bien muerto. Después, cuando Cachorralo despejó nuestras dudas,
salimos todos juntos y llegamos a las puertas de la catedral. Era verdad, ahí se encontraba el desdichado.
-Acuérdese usted de esas
huellas que encontramos en la arena. Daban la impresión de que se hubiera
arrastrado tratando de alcanzar el altar mayor. ¡Hasta eso le fue negado!
No pudo el maldito implorar a nuestro
Señor el perdón de sus pecados.
- ¿Por qué lo íbamos a enterrar?
Ese no era hijo de Dios, era hijo del Diablo. Lo subimos a un carretón
y lo llevamos a ese monte donde usted lo encontró, mondado por los suchas.
(Qué tiempo, Manuel,
qué tiempo. ¡Más feo que
cara de suegra con yerno pobre! Ni quién se anime a salir a la pampa
a vaquear la torillada. Manuel, arrímese a ese toquito y tráigame la botella de chaponato. No vamos a desaprovechar el día. Manuel, qué
hermosa está
su hija. Salú por su retoño, pero hombre, dígale que no sea tan arisca. No me la voy a comer. Salú, Esthercita... Salú, Manuel, lo invito… Salú Manuel, no se achique……………………………………………………………………………………………….
Y ahora que el
camba se durmió véngase pa’ dentro mi hijita, que la voy a hacer mujer).
-Años después de su muerte, muchos del pueblo lo vieron vagar sin rumbo por las calles.
Y hay quien jura haber visto sus despojos arrastrándose hacia las puertas de la iglesia:"
(¡Cunumis brutos, me río
de sus maldiciones! ¡Maldición
de camba mal parido no llega al cielo! Digan de
una vez
cuánto. ¡Cuánto o los mando a guasquear! Unas arrobas de palo no les caerán mal, para que se acuerden
quién manda aquí y dejen de fregar me la paciencia con su hija. ¡Bellacos!
Que
nuestra hija, nuestra hija. . .)
- ¿Que cómo empezó su desgracia?
Vea usted, yo era entonces muy joven, casi niña. Eso ocurrió antes de que
perdiera su ganao. Graznaban los pájaros por las noches. Los animales del monte gruñían y gruñían. Algo malo está por
suceder, decían los viejos. Los perros, como presintiendo
algo, se metían entre las faldas y
ni a palos
se
los podía apartar.
--Dizque su ganao salió a pastar arreado
por los mozos. Y al pasar por ese monte espeso que queda por la laguna
Tarumá, surgió de entre los
árboles un toro negro, inmenso, el doble de tamaño de un mestizo. ¡Cómo mugía ese toro!
Los
peones que lo oyeron cuentan que nunca se
había escuchado por esas pampas un
mugido tan fuerte. Temblaban, señor, los árboles. No huyeron porque tenían que cuidar las reses, que en cuanto sintieron el mugido se fueron tras de esa bestia,
monte adentro. Ni un ternerito quedó en la isla.
-Ni uno. Se fue toda la manada.
Los cambas se metieron al monte y todo lo que encontraron fue como una trocha
recién abierta que se perdía en la espesura.
Regresaron a contar lo sucedido
y recibieron una tunda de talerazos; tunda
que se repetía cada atardecer hasta que aparecieran las reses. Pero como no aparecieron y don Nico se aburrió de guasquearlos, se marcharon en grupos, dejando a su patrón,
poquito a poco, totalmente
solo.
(¡Cunumis brutos! Se dejaron robar el ganado con los abigeatistas, y ahora vienen con el cuento del toro de la otra vida. Como no eran sus reses, qué les importaba. Por eso, compadre, recurro a usted como amigo y corregidor del pueblo, para que me ayude a salir adelante de esta situación
embarazosa, cediéndome en préstamo algo de ganao. Podemos trabajar al partido. Usted sabe que mis tierras son las mejo res de aquí. Ya va a ver usted, compadrito
que me repondré pronto).
-Le prestó el Corregidor el ganao, pero tan mala fama se había ganado don Nico que ya nadie en el pueblo quería trabajar
para él. Se le veía de pueblo
en pueblo en busca de peones. Algunos,
que no lo conocían, se dejaban apalabrar, pero los trataba tan mal que lo abandonaban al poco tiempo.
Pa' colmo, se endeudó para comprar más ganao. Así empezó su desgracia.
-Y lo que perdía en el campo quería rescatar
en las mesas de juego. Fue eso lo
que lo hundió. Esa manía de apostarlo todo, hasta que sólo le quedó la casa y algo de sus tierras. Sí, lo perdió todo. Lo sabe doña
Evangelina, la pulpera, que empezó a fiarle sólo porque era su pariente y no podía negarle el favor.
-Cuando un buen día, fíjese usted, apareció con plata. Aquí todo se sabe y nadie
puede aparecer rico de la noche a la mañana sin que se sepa de dónde obtuvo el dinero. Ahí fue cuando se inventó la historia del entierro.
pizqué, oiga bien, dizque se había encontrado con tres cantaritos llenos de libras
esterlinas. De esterlinas enterradas por los jesuitas, dizque, como si no supiéramos que las esterlinas llegaron
aquí en los tiempos de la goma.
-No pasó una semana y se supo que alguien
había robado los cálices de la iglesia. Eran de oro esos cálices,
de oro puro. Pregúnteselo al obispo.
--Recuerda usted esa vez que un
viento frío azotó Los Penocos?
Cómo se va acordar, si usted entonces
no vivía por aquí. Esa noche cayó del cielo, como una lluvia
de chispas, una lluvia de colores. ¡Aullaban, señor, esos perros!
Habrán sentido al ladrón, por eso,
aullaban. Seguro que fue esa noche cuando
se robaron los cálices.
-Los mozos de don Nico, que se- sentían medio culpables por la
profanación del templo,
se encerraron en un galpón
para rezar. Temían los pobres que el castigo de Dios les llegara
también a ellos. Y
allí estaban rezando cuando se presentó don Nicomedes Valverde, hecho un peto chuturubí. Emprendió a chicotazos con los cambas y les obligó
a quemar, chicote
en mano, todas las figuras
y estampas de santos y vírgenes que había en el lugar.
¿Te acordás Angelita, lo mal hijo de Dios que era? El mismo, personalmente metió a la hoguera un crucifijo.
(¡Cambas de mierda!, no se van al cielo porque allá no ha y yuca! Y m e van a trabajar de sol a sol, hasta que San Juan baje el dedo y el diablo lo escupa. ¡Pobre del que n o cumpla! ¡Cunumis ladrones! Así los quiero ver, trabajando. ¡Van a saber que si la virgen no roba es porque no monta a caballo!).
-Ave María purísima. Venía al pueblo y se burlaba de nuestras
madres. Se acercaba
a las devotas de San Antonio y les recitaba bajito, en el oído: "Si
Dios no fuera Dios, San Antonio sería Dios, pero como Dios es Dios, San Antonio es una mierda". Ave María purísima, figúrese
usted.
-Yo creo que enloqueció. Nadie
que esté en sus cabales
podía haber hecho esas cosas. Si me parece verlo en medio de la calle, con su traza de sapo parao, desaliñao y sucio. Tan acabado estaba el hombre que comenzó a darnos pena, y hasta lo hubiéramos
ayudado, pero como hedía a leguas nos hacía escapar.
Se convirtió en el hazme reír de los pelaus.
-No señor, no estaba loco. ¿Dónde ha visto usted un loco
que ande difamando a la gente? Al que encontraba le gritaba sus
defectos. Y se acordaba bien de todo el loco ese. A las mujeres les nombraba sus amantes, peor si eran casadas.
-Al principio, claro, la gente se hacía la desentendida, pero después, cuando empezó a mentar padres y madres, más de uno 16 golpeó. ¿Aguantaría usted que un infeliz le venga a contar con cuántos hombres se encamó su madre?
-Usted joven, perdone
que se lo diga, no ha hecho otra cosa que destapar un baúl de mierda.
Es una lástima que haya regresado al pueblo a ese perverso. Tenga en cuenta que muchos
murieron y mataron por su culpa. Estoy segura,
por ejemplo, que el corregidor jamás habría asesinado
a mi hermano Joaquín, si ese lengua de víbora no le hubiera dicho de
que se vivía con su mujer.
Con decirle que se atrevió a calumniar
al señor cura…
-Será el destino el que lo ha hecho encontrar
esos restos. Alguna vez teníamos que hablar de este asunto.
Sacarnos de la cabeza el peso que hemos llevado
todos estos años.
-Mi hermana se me aparece
por las noches debajo del urucú, con su vestido negro. Nunca dice nada, aunque
yo pienso que intenta decir algo. No le salen las palabras
de la boca y entonces vuelve el rostro hacia Los Penocos.
Todos en el pueblo. saben
de otras apariciones, ¿Por qué? Yo le pregunto. ¿Por qué?
-Doña Eduviges, la de la farmacia, dice que la otra noche,
al volver de la novena del
Sagrado Corazón, vio a muchas de éstas almas rondando por donde
usted vive. Tal vez trataban de decirle algo, de
pedirle que no recoja
usted esos huesos y los traiga de vuelta
al pueblo.
-No lo vaya a tomar a mal. Sabemos que usted no tiene la culpa. Nadie le mandó a cazar por esos lados. Usted no es
de este pueblo y no sabía de las penas que nos causó éste mal hombre. Sí, debíamos habérselo
dicho, pero desde que murió nadie
más, nunca, habló del finao.
Muerto estaba, bien muerto. Lejos, bien lejos de nuestro recuerdo. Sólo los
del pueblo sabíamos del lugar donde es taba el cadáver.
-Era como si lo hubiéramos
enterrado en nuestra
memoria y usted, ahora, lo ha venido a desenterrar. No queríamos pronunciar ni su nombre.
Lo engrillamos y lo arrojamos al monte para que lo devoraran los suchas y para que su alma penara solitaria, imploran do el perdón _que nosotros
nos negamos a darle.
-Era nuestra venganza
y usted nos la ha arrebatado. Usted, señor, cree que todo hombre merece cristiana
sepultura. Pierde su tiempo, no nos convencerá. ¡A éste, aunque sólo 'sean sus huesos, no lo queremos en nuestro cementerio!
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"El regreso de don Nico" es publicado con la autorización del autor. Podrá ser retirado de este sitio a simple requerimiento del mismo.
Fotografía del autor: internet
Biografía del autor: www.homerocarvalho.com
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Biografía
Homero Carvalho Oliva, Beni, Bolivia, 1957, escritor, poeta y
gestor cultural, ha obtenido varios premios de cuento a nivel nacional e
internacional como el Premio latinoamericano de Cuento en México, 1981 y el
Latin American Writer’s de New York, USA, 1998; dos veces el Premio Nacional de
Novela con Memoria
de los espejos y La maquinaria
de los secretos. Su obra literaria ha sido publicada en otros
países y ha sido traducida a varios idiomas; figura en más de treinta
antologías nacionales e internacionales de cuento como Antología
del cuento boliviano contemporáneo, The fatman from La
Paz e internacionales, como El
nuevo cuento latinoamericano de Julio Ortega, México; Profundidad
de la memoria de Monte Ávila, Venezuela; Antología
del microrelato, España y Se
habla español, México; en poesía está incluido en Nueva
Poesía Hispanoamericana, España; Memoria del XX
Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia y en la del Festival
de Poesía de Lima, Perú; así como en la antología Poetas
del Oriente boliviano. Entre sus poemarios se destacan Los
Reinos Dorados y El cazador de sueños, inspirados en las tradiciones, leyendas y cosmogonías de los
pueblos amazónicos de Bolivia y Quipus en las tradiciones y leyendas andinas. El año 2012 obtuvo el Premio Nacional de Poesía
con Inventario
Nocturno y el 2013 publicó la Antología
de Poesía Amazónica de Bolivia y la Antología Bolivia.
Tu voz habla en el viento, que reúne a cincuenta y cinco autores, entre
ellos a tres Premios Nobel de Literatura hablando de Bolivia. Es autor de la Antología
de poesía del siglo XX en Bolivia, publicada por la prestigiosa editorial Visor de España.
Premio Feria Internacional del Libro 2016 de Santa Cruz, Bolivia. En el 2017,
La editorial El Ángel, de Quito, Ecuador, publicó su poemario ¿De
qué día es esta noche?; el año 2019 la Editorial New York Poetry, de
Estados Unidos, publicó su antología poética personal Memoria
incendiada, al igual que Ediciones AndesGraund de Chile en el
2020, la editorial Buenos Aires Poetry, de Argentina, publicó su poemario Reconstrucción
del vuelo. La alcaldía de Lima, Perú, publicó Dimensión
del milagro, antología poética personal y las Editoriales Cintra y ARC de Brasil publicaron
la edición bilingüe español/portugués de Los
Reinos Dorados.
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