Oscar Barbery Suárez - Será justicia



Será Justicia[1]
Oscar Barbery Suárez [2]

Aquí, doctor, sucede que soy víctima de una gran injusticia. A usted van y le dicen: es ese calvo degenerado. Y usted, muy panchamente, sin más ni más, comienza a agarrarme rabia. ¡Así la cosa es fácil, cómo no! Pero dése una vueltita por San Javier [3] y pregunte a la gente del lugar por mi persona. Tómese, le pido, esa molestia y averigüe en ese pueblo, donde me han visto crecer, quién soy yo. Y si no quiere ir tan lejos, asómese por la aduana, aquí nomás, en Santa Cruz, que ahí también me conocen, desde el jefe al último pinche, y pregunte. O hable con los comerciantes del tren que va a Corumbá. Por último, si nada de esto le satisface, pregúntele a la madre de la chica. Sí, pregúntele, pero cuando no esté presente su marido; capaz que se anime a contarle la verdad de las milanesas. Porque la vieja esa sólo miente cuando está el viejo de su marido; pero si usted, doctor, la agarra a solas, ya va a ver, ya va a ver, que le contará todo tal como pasó, sin quitarle ni aumentarle nada.

A usted, doctorcito, nadie va a engañarlo con cuatro huevadas. Usted es todo un profesional y yo, mal que mal, soy bachiller. Y hubiera sido abogado como usted, si es que por esas cosas de la vida no me hubiera dedicado a los negocios. Yo comprendo que usted desconfíe de mí. Comprendo, porque no me conoce bien, pero ya se dará cuenta de quién dice aquí la verdad. Dígame sinceramente, con la mano en el corazón: ¿Cree usted que yo hubiera necesitado hacer todo lo que ese viejo afirma que hice sólo para culearme a una cunumi de catorce años? ¡Hágame el favor, doctor, en qué mundo estamos! Si lo que sobran son mujeres. No seré un Alan Delón y cualquiera sabe que en estos tiempos el amor ya no entra por los oídos. ¡Por la panza, doctorcito! Con una vaquillona para toda la familia, no hay quien haga reproches. Y, claro, cómo no; después del atracón la gente queda agradecida y es lo menos que se puede hacer. Que el viejo diga ahora que yo me violé a su hija son huevadas; porque la hija era bastante alegrona y me andaba jocheando: que Don Ramón por aquí, que don Ramón por allá, que sírvase un cafecito don Ramón: ¡La hubiera visto a la tal Yuyi bien instruida por su madre, corriendo a servirme!

Doctor, doctor, uno que anda dedicado a sus negocios, uno que es honrado, una que se mata trabajando, cree que todo el mundo es igual y no se convence de que haya gente que se las pasa craneando la forma de fregar al prójimo, sobre todo cuando ese prójimo, tras mucho esfuerzo, ha logrado levantar, un poquingo[4], la cabeza. No, aquí el delito más grande es destacarse y no ser como los otros. Al fin de cuentas, todos tenemos las mismas oportunidades. Y el que se quedó atrás, ahí nomás se quedó, por su culpa. Usted, por ejemplo, no permitiría que nadie le robe el título y se ponga a firmar con su nombre, porque ese título se lo ganó en la universidad estudiando, sólo Dios sabe con qué sacrificios. Eso es lo que más duele de la gente que a uno lo conoce. De esa gente que creció con uno, jugando en los potreros, y que uno, claro está, le tiene cariño. ¿Cómo no va a querer uno a la gente de su mismo pueblo? Que un extraño nos calumnie, vaya y pase. Pero que su gente, la gente que uno cree que es suya, lo ande difamando, es algo que duele.

Ese domingo, doctor, yo no invité a nadie de esa familia. Estaba en mi estancia, como lo hago todos los fines de semana, poniendo en orden mis cuentas, cuando se me aparecieron. ¡No, señor, eso no fue casual! Porque, fíjese usted, quiénes vinieron: El viejo, la vieja, la dichosa Yuyi y sus dos hermanas, que para el caso ni cuentan porque están más feas y paridas que vaca de pobre. Ese detalle debería darle a usted pauta de que las cosas no sucedieron como ellos dicen. Ahora, claro está, ya no se acuerdan del churrasco que se comieron en i estancia ni de los tres fardos de cerveza que hice traer del pueblo. ¡Menos que menos se van a acordar de la plata que me pidió prestada la vieja y que nunca más olí! De eso no se acuerdan; pero vinieron a contarle a usted que yo la llevé a la tal Yuyi a conocer la estancia y que me negué, oiga usted, que me negué a que la acompañaran sus hermanas. ¡Cómo se iban a acordar de nada si estaban pasados de cerveza! Si lo que ellos querían, doctor, es que sucediera precisamente lo que sucedió, para después estar en éstas, tratando de sacarme, con abogado y todo, mis cuatro pesos locos. Y bueno, me llevé a la tal Yuyi y pasó lo que pasó. ¿Qué hay de malo en eso? ¡Cuántas veces habrá hecho usted lo mismo y nadie nunca le ha venido a pedir cuenta de lo que hizo!

Y ahora que no me vengan a decir que la chica era virgen. Doctor, doctor, ¿Dónde estamos? Cierto que yo me hice la ilusión, pero la tal niña, como la llama Usted, ya era bastante corridita. Esa ya le había dado Don Sancho, Pedro y Martín y seguro que tenían algún machito fijo en la zona. Por ahí es donde debe empezar la pesquisa, buscando a ese machito que la embarazó sin problemas, porque ahí estaba el opa de don Ramón para pagar el pato. Y mire usted lo bruto que es uno: cuando vino la tal Yuyi a contarme sobre el embarazo, a mí ni siquiera se me ocurrió preguntarle desde cuándo estaba así. Me dio lástima verla en mi oficina, como un animalito asustado, gimoteando y llorando a moco tendido. Y uno, qué se le va a hacer, uno es así, sobre todo con la gente que es de su propio lugar. Me ofrecí a ayudarla de todo corazón. Si a Usted le dio lástima escuchar a ese par de campesinos cuando le vinieron a contar el asunto, cómo no me iban a dar lástima a mí, que soy su paisano. ¡Nadie mejor que yo para saber cómo viven! ¡Las cosas que tienen que hacer para comer y para vestirse! No pude hacer otra cosa que ayudar a esa pobre chica; que ya andaba por mal camino mucho antes de conocerme, se lo aseguro.

Ahora resulta que, según usted yo soy culpable del embarazo de la tal Yuyi. ¡Qué me dice! y no sólo del embarazo, también de haberla violado y… ¡Doctor! ¡Doctor! ¿Qué le pasa? ¿Cómo puede hacerme esa acusación? ¡Válgame el cielo! Pongamos, doctorcito, los puntos sobre las íes. Ya le dije que sí, que reconozco que yo estuve con la chica, pero fue sólo una vez. No hubo tal violación, se lo ruego. La prueba de mi inocencia está en la plata que le di para ayudarla. No para que busque un curandero y se haga un raspaje. Yo, de sentirme culpable, habría buscado un buen médico, no un carnicero. No voy a estar mezquinando unos pesos, que si los pierdo hoy los gano mañana, para resolver un problema así. Pero sucede que la tal Yuyi, pelada burra, agarró esa plata que le di para ayudarla y pasó, Dios tenga piedad de ella, lo que pasó.

Así las cosas, sin conocer los detalles, resultan fáciles de entender. ¿Quién es el culpable? Don Ramón ¿Quién tiene que pagar los daños y perjuicios a ese par de viejos? Don Ramón. ¡No hay derecho! Y, encima, ese viejo loco del padre anda diciendo por calles y plazas que me va a pelar a machetazos. Y esa, doctor, esa sí que es una amenaza de muerte. Un delito. ¿O no? No es que yo me asuste de esas bravatas, pero hable usted con el viejo y hágale entender las cosas. Dígale que no sea opa, que no ande diciendo al troche y moche que me va a matar, porque ahí me tropiezo y me muero, o me pasas cualquier cosa, el principal sospechoso será él. Además, dígale usted que tengo varios hermanos que me vengarían, si algo me pasa. Dígaselo. Dígaselo. A usted lo van a escuchar. Al fin de cuentas, ¿qué es lo que quiere ese viejo? ¿Quiere mandarme a la cárcel y que le pague el favor que me hace? Si será bruto el viejo. Y a mí, ¿quién me paga por los daños y perjuicios que este asunto me está acarreando? El viejo viene y le reclama a usted. ¿Y to, a quién voy a reclamar? Lo único que se va a ganar ese tipo es que me salga de mis casillas y arregle el asunto por mis propios medios, pelo a pelo. Y eso sí, se lo aseguro, que no le va a gustar. ¡Linda está la cosa!

Yo tengo que trabajar, doctor. Lo que necesita este país es gente que trabaje bien, gente que lo haga progresar como es debido. Y no se puede trabajar cuando se tiene en en la cabeza un problemita como éste. Hace cinco días que llegué de Puerto Suárez [5] y hasta ahora no he podido salir de mi casa para vender el Santana [6] que me traje del Brasil; porque, usted sabe, si uno no se ayuda para comprar semilla, quién lo va a ayudar? Ahora que los Bancos han cortado los créditos, uno tiene que rebuscárselas como pueda. ¡La tal Yuyi! Mire, doctorcito, lo he pensado bien. No quiero complicarme más la existencia, quédese con el auto. Ya se lo he dicho, es un Santana último modelo. Véndalo si quiere y déles unos pesos a esos campesinos; que paguen las deudas que, dizqué, les ha quedado del entierro de su hija. ¡Y que le hagan celebrar una misa con el obispo! O si quiere, doctorcito, regálele el auto a su mujer, porque es blanco y ese color les chifla a las mujeres. En resumen, el auto es suyo, pero arrégleme ese problema definitivamente, para que le firme los papeles. Y hágalo, doctorcito, lo más rápido que pueda, pues soy el principal interesado en que se haga justicia.




[1] Forma parte del Taller del Cuento Nuevo, dirigido por Jorge Suárez, Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche, 1986, Santa Cruz, Bolivia.

[2] Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 1954, narrador, poeta, guionista y dibujante. De profesión arquitecto. Es una de las más importantes figuras de la cultura de Santa Cruz, célebre por sus historietas “El duende y su camarilla” y “Raspapinchete” publicadas en el Diario El Deber de esta ciudad durante muchos años. Ha ampliado su don artístico hacia el teatro, la poesía y la narrativa. Sus publicaciones: Poesía: ABC Guía de costas (Premio Municipal 1996, ed. 1997); Teatro: El portavoz (Primer Premio Casa de Cultura de SC, 1988); Tu nombre en palo escrito (Primer Premio Municipal 1991, ed. 1992). Antología: Narrativa cruceña contemporánea (2004), Crónicas Anilladas (2008), Cuentos para leer con asco y otros cuentos (2005), Luna ático (antología de toda su obra poética).

[3] Pequeña ciudad a 174 Km al nordeste de Santa Cruz de la Sierra, pertenece a la provincia Ñuflo de Chaves, en el Departamento de Santa Cruz, Bolivia.

[4] En el habla cruceña, poquito.

[5] Ciudad de Bolivia, en el extremo este del país, en el departamento de Santa Cruz.

[6] Vehículo marca Volkswagen, modelo Santana.

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