Taller del Cuento Nuevo - Introducción y Comentarios por Jorge Suárez





Taller del Cuento Nuevo [1]


Jorge Suárez [2]
Santa Cruz, Bolivia, 1986

"Con Taller del Cuento Nuevo, la Casa de la Cultura "Raúl Otero Reiche" cumple uno de sus más caros objetivos: publicar libros.

De Taller del Cuento Nuevo se infiere que hay aquí[3] una potencialidad narrativa que tiene que devenir, necesariamente, en una expansión del género. Auspician esa expansión la naturaleza fértil del escenario, el carácter comunicativo del pueblo y la riqueza del lenguaje.

Taller del Cuento Nuevo reúne, como su nombre lo indica, cuentos de narradores agrupados en el Taller de Literatura que dirige el escritor Jorge Suárez. La Casa de la Cultura no ha hecho otra cosa que auspiciar el nacimiento y funcionamiento de ese Taller y ahora, coronando su esfuerzo, publica en este libro sus primeros resultados.

Desde que llegó a Santa Cruz, Suárez, se interesó en promover un movimiento literario renovador.

Incorporado, pues, al quehacer literario cruceño, este poeta y narrador que encabeza el Taller de Literatura, sostiene que Taller del Cuento Nuevo se levanta como un pórtico, que no niega lo que se hizo antes, pero que afirma la existencia de una actitud diferente. “La ficción, según sus palabras, no es otra cosa que el reordenamiento estético de la vida”.

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Estos cuentos abren nuevos caminos en la narrativa oriental de Bolivia. Rescatan el castellano de estas tierras, sin caer en el costumbrismo. Tienen varios rasgos en común: un cierto desenfado que los aleja de la retórica tradicional y el humor, tan consustancial al espíritu de los habitantes de Santa Cruz. Descubren sin recatos, aquello que no siempre se quiere mostrar: el sufrimiento de los humildes. Su escenografía, variante, se proyecta desde Santa Cruz, al Beni, La Paz y más allá todavía: Buenos Aires y la sabana venezolana. Aparece aquí, de algún modo, la imagen tropical de Bolivia, es decir esa presencia que define, cada vez con mayor ímpetu, su destino

Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche

INTRODUCCIÓN

Allí, donde las últimas estribaciones de la Cordillera de los Andes se abren hacia la llanura amazónica, está Santa Cruz de la Sierra, ciudad fundada por los españoles hace más de cuatro siglos. Esta referencia, que alude a su localización geográfica, no muestra la riqueza cultural que se esconde detrás de un proceso que solo la literatura, capaz de utilizar y de integrar diversos lenguajes, puede ahora evocar y narrar. Aquí, sobre esta vastedad fértil, y para usar una expresión de Pablo Neruda, las palabras que los conquistadores españoles dejaron rodar de sus barbas, crecieron y se multiplicaron en un contexto de dramático aislamiento. Santa Cruz vivió tres siglos y sin contacto con ningún otro centro de América Latina, desde que llegara Ñuflo de Chaves hasta la llanura chiquitana, hasta que después de sus múltiples fundaciones se aproximaron hacia la sierra, por eso se llama Santa Cruz de la Sierra, hacia el nacimiento del camino a Samaipata Santa Cruz vivió en una soledad inmensa. En todo ese largo tiempo, en esa maceración de siglos surgió el... cruceño. En la imposible hipótesis de que no hubiera quedado ningún otro testimonio de lo sucedido en aquellos tiempos bastaría solo el lenguaje, ese lenguaje macerado durante siglos, para emprender la empresa de su evocación. Cayeron aquí las palabras españolas y se mezclaron, irrevocablemente, con las palabras nativas. Se enriquecieron con nuevas acepciones, se perdieron, se afinaron o se conservaron, pero, en definitiva, prevalecieron. Hoy, en cierta medida, son lo que fueron, aunque son también, y éste es su mayor mérito, propias de Santa Cruz.

Esa fusión de culturas, que tiene en el lenguaje su manifestación más intensa, explica, en parte, el surgimiento de la narrativa contemporánea de Latinoamérica. Sería incorrecto, y hasta injusto, juzgar tal acontecimiento marginándolo de su contexto social. El escritor, como organizador del texto literario, en su efecto más tangible y no, rigurosamente, su inventor. Rulfo es el producto de Comala y no Comala el producto de Rulfo.

Cuando se afirma que hay en Latinoamérica muchos Macondos por descubrir, en la nueva connotación que se le ha otorgado este término, se dice una verdad a medias. Hay, efectivamente, por su desconocida existencia, Macondos inéditos, pero estos macondos son por sus génesis culturales distintos. Este proceso, de una objetiva universalidad cuyo énfasis radica en sus particularidades, constituye, por su rica variedad, el aspecto más luminoso de la presencia latinoamericana en la narrativa de hoy. Cada pueblo hispanoparlante de Latinoamérica - y utilizamos el concepto “pueblo” por la necesidad de una acepción que defina un contorno-, por el imperio de una simbiosis cultural que empezó en la colonia y que aún no ha concluido, tiene, la constelación del mundo castellano, su literatura.

El trópico boliviano, así como otras regiones del Continente, es un ejemplo de ese drama, insuficientemente comprendido, que entrañó la colisión de lenguas que no habían tenido entre sí, hasta ese momento ninguna relación. Distante de los mares, abrogada por la fuerza de la realidad, la ilusión de El Dorado, ese antiguo castellano, anacrónico desde la perspectiva del tiempo actual, vivió, en estas latitudes del mundo, una experiencia insólita. Mantuvo su primigenia calidad y se enriqueció, por necesidades de comunicación, con el aporte local. Por razones políticas, que no hacen al tema de esta introducción, se impuso como lengua dominante. De lo que sucedió en aquello época, idealizada por el hispanismo y censurada por el indigenismo, es testimonio final, y el más vigente de todos, el lenguaje.

Es esta circunstancia, particular y distinta en cada caso, que determina que la literatura latinoamericana, por imperio de la historia, hubiera tenido un desarrollo que es, en muchos respectos, único: los cronistas de la colonia, que intentaron una empresa que sustituye la canción épica que está en el origen mismo de las grandes literaturas; esa rara majestad lírica de Sor Juana Inés de la Cruz, expresión de un barroquismo personal y latinoamericano; el Romanticismo, que se mezcla con proposiciones conceptuales propias; el Modernismo, que proyecta la presencia latinoamericana en un contexto que se nutre de todo y que, sin embargo, expresa esa totalidad con otros ritmos y otras formas, son, en definitiva, partes de un proceso que conduce a la identificación, cada vez más rotunda, de una personalidad diferente. Arriba este proceso formal, en el presente siglo, al encuentro con ese otro proceso invisible que se fue gestando en lo más íntimo de la entraña popular: la transformación de la cola en canto que se empapó de voces locales, y las fabulaciones que se modificaron por la influencia de las culturas nativas. Cuando los escritores descendieron finalmente de su pedestal y fueron al encuentro del lenguaje, descubrieron su destino. Cabe, sin embargo, hacer una distinción entre el concepto regional del lenguaje, que auspicia la creación de una literatura costumbrista, y la probabilidad de un tratamiento universal que plantea un desafío más complejo: descifrar no sólo su apariencia; penetrar, al mismo tiempo, en su conciencia.

Esta convergencia, de autor y lenguaje, que pudiera presentarse también como una integración de realidad y de texto, y que tiene en cada región de Latinoamérica sus propias características, es, asimismo, un camino largo. Pudiera pensarse que, en razón de ese florecimiento de la narrativa latinoamericana como un fenómeno continental, las regiones no expresadas disponen ahora de una experiencia que favorece, - por no decir que define -, su propia maduración. Tenemos un patrimonio común que está en la lengua que hablamos. Este patrimonio garantiza la universalidad de nuestro mensaje y nos hace, al mismo tiempo, más ricos. Pero es un hecho que cada literatura requiere de un desarrollo propio, porque “literatura” y “lenguaje” son conceptos inseparables. Esto lo sostenía también Octavio Paz. Desarrollar, en consecuencia, el lenguaje y enfatizar sus posibilidades es algo que se tiene que concebir necesariamente como un proceso. Su adecuado uso, la percepción de sus valores, el perfeccionamiento instrumental de sus recursos, no es algo que se puede aprender totalmente a través de otras experiencias. La literatura no es una simple invención, se nutre de la vida.

¿Cómo lograr ese objetivo? La transferencia cultural, si vale el concepto, funciona en América Latina como un sistema de transmisión que no engarza, por múltiples razones, con la realidad. Cuanto se había en Europa tenía aquí su inmediata resonancia. Sucedía entonces, y este es un fenómeno fácilmente perceptible en la poesía, que se llegó a un extremo de creación impersonal, o experimental, desarticulada de la vida. Los movimientos literarios se organizaban a la luz de las pautas imitativas, sin mayor influencia en el quehacer de los autores. Son muy pocos los escritores que pudieron escapar de ese destino que los embargaba en experimentaciones poco perdurables o los condenaba a una irremediable frustración.

Si escribir es un oficio, las pautas finales de esta actividad están, de algún modo, inmersas en la práctica del oficio. Y si este oficio se nutre de lenguaje, y el lenguaje es inseparable de la vida, la primera percepción crítica que surge es aquella que se desprende del mayor o menor valor de un texto, en tanto que ese texto alcance una mayor o menor intensidad. La ficción, en último análisis, comporta el reordenamiento estético de la vida.

Estos fueron, en apretada síntesis, los criterios que orientaron la preparación de este libro. Describir el método resultaría presuntuoso. Sólo diremos que el escritor, por su índole creativa, asume la literatura desde opciones que no pueden ser ajenas a su realidad. Escribe porque siente la necesidad de comunicar algo. Se repite, en el ámbito de su individualidad, ese mismo proceso que se da en el nacimiento y el crecimiento de una literatura. La experimentación personal es insustituible y no puede ser reemplazada por la apropiación mecánica de modelos o corrientes que no surjan de su propia voz. En este difícil período, que llamaremos de maduración, y que es por cierto agónico, la interacción crítica impulsa y acelera el proceso. Cuanto se hizo puede resumirse del siguiente modo: escribir, analizar, re elaborar, resumir o ampliar, en el cumplimiento de una tarea común que tendía al perfeccionamiento individual de cada autor.

Como resultado final, y al cabo de un año y medio de funcionamiento, el Taller había hecho un importante acopio de cuentos. Teníamos entre manos un libro de voces múltiples. Hicimos una sincera valoración de su importancia. Comprendimos que estos cuentos abrían, en su conjunto, nuevos caminos en la narrativa oriental de Bolivia. Rescataban, así fuera en mínima medida, el castellano de estas tierras. No se trataba, sin embargo, de textos que pudieran clasificarse en el género del costumbrismo; había una auténtica exploración de nuevas formas y nuevos modos de decir las cosas. Su escenografía, variante, se proyectaba desde Santa Cruz hacia el Chaco, el Beni, La Paz, y más allá todavía: Buenos Aires y la sabana venezolana. Identificamos, de pronto, que tenían varios rasgos en común; un cierto desenfado que los alejaba de la retórica tradicional y el humor, esa divina gracia del humor, tan consustancial al espíritu de los habitantes de esta región. Resolvimos, pues, impulsar su publicación.

Aparece aquí la imagen tropical de Bolivia, es decir esa presencia que define, cada vez con mayor ímpetu, su destino. Y descubre, sin recatos, aquello que no siempre se quiere mostrar: la injusticia. El sufrimiento de los humildes, la esperanza, la frustración, la búsqueda están aquí presentes, como una entonación coral que debe ser escuchada. No soy yo, sin embargo, por lo que me toca en la conducción del Taller de Literatura, quien debe apreciar los aciertos o los errores de este libro. Siempre he sostenido que un texto literario, como una partitura musical, está hecho de quien lo escribe y de quien lo interpreta. Cuando la voz del autor y la voz del lector coinciden se produce ese milagro que hace que la literatura, rebasando los límites de la retórica formal, se convierta en vida.

Jorge Suárez

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[1] Dirigido por Jorge Suárez, Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 1986 


[2] Nació en La Paz de 1932. En la década de 1950 residió en Cochabamba, ciudad donde estuvo en contacto con los integrantes de la denominada segunda generación de Gesta Bárbara. Su actividad en las letras no solo se concentró en la literatura, pues también se dedicó al periodismo. Fue fundador de Jornada, trabajó en varios periódicos internacionales cuando estuvo en el exilio y dirigió el matutino Correo del Sur, de Sucre. También incursionó en la televisión trabajando en la dirección del programa Más allá de los hechos que se difundió en la década de 1980 por ATB (Asociación Teledifusora Boliviana). Una vez que retornó del exilio residió en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, donde dirigió el Taller del Cuento Nuevo. En 1998 se hizo cargo del Taller de Literatura de la Universidad Andina Simón Bolívar en Sucre.

Es autor de los poemarios ¡Hoy! fricasé (soneticidios) (1953, en colaboración con Félix Rospigliosi), Melodramas auténticos de políticos idénticos (1960), Elegía a un recién nacido (1964), Sonetos con infinito (1976; 1990), Oda al padre Yunga (1976; 1990), Sinfonía del tiempo inmóvil (1980; 1990), Serenata (1990), Corazón del hombre. Canto del poeta (2008). En prosa escribió El otro gallo (1982; libro que tiene múltiples ediciones y que forma parte de la Colección de las 15 novelas fundacionales de Bolivia, publicada en 2012), Rapsodia del cuarto mundo (1985) y la novela póstuma Las realidades y los símbolos (2001). En 1990 la editorial Los Amigos del Libro publicó su Obra completa.

Falleció en la ciudad de Sucre en 1998.
Fuente: Biblioteca del Bicentenario de Bolivia: http://www.bbb.gob.bo/autor-publicacion/jorge-suarez/

[3] El oriente boliviano.

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