(Publicado en la Antología América Fantástica 2021, compilado por Lu Evans y publicado por Nébula editorial, Brasil)
“Odio a los hombres que temen a la fuerza de las mujeres”
Anaïs Nin
Después
de caminar un tiempo sin tiempo a través de un puente hecho de pelos, Nina llegó
desnuda a un sitio que parecía ser el Hanan
Pacha. La rugosidad de las hebras acariciaba o rasguñaba las plantas de sus
pies, según cómo los apoyaba. Se sentía liviana, podría flotar si lo deseaba,
pero era necesario ir despacio. Alrededor, contempló las etrellas como grandes
bolas de fuego desplazándose con vida propia y una lentitud mágica. Los colores
brillantes del entorno iluminaban el camino que recorría. Vio algunos seres
adelante, humanos, animales y otros en medio de ambos, decidió seguirlos, tal
vez sabrían dónde debía ir. Recordó las historias de su abuela sobre el mundo
de arriba, le había dicho que solo las personas justas llegaban a ese lugar, no
entendía por qué ella estaba ahí.
El angosto puente dejaba distinguir una bruma alrededor del Kay Pacha y los picos de los Apus de las montañas, donde de niña soñó
subir y no lo logró. A pesar de no llevar ropa, el ambiente fresco no le molestaba,
más bien una libertad nunca antes experimentada se apoderaba de su piel, como
si por primera vez sus poros respiraran aire cristalino.
Continuó caminando hasta alcanzar a esos otros, que también buscaban
respuestas. No se miraban, pero ella escuchaba sus pensamientos, recordaban su existencia
abajo y querían saber qué hacían en aquel lugar. Una de las bolas de fuego se
acercó y supo que debía seguirla, se separaron de los demás hacia una zona
alejada del puente, algo más oscura, que se fue transformando a los alrededores
de la casa de su abuela, donde vivió casi toda su vida. Ahí estaba erguida
entre adobes y paja, con una puerta vieja y el camino empedrado que daba la
bienvenida.
La bola de fuego entró e iluminó el lugar, las camas tapadas
con phullus, la cocina de barro, las
leñas ardiendo, los utensilios de la abuela estaban allí intactos, como si no
hubieran transcurrido los años. Una sombra al fondo se hizo visible, era su awicha. Pena y alegría se entremezclaron
en su corazón y no supo cómo llorar, quiso abrazarla y contarle lo que le había
pasado. No pudo porque una voz en su mente retumbó.
—¡Nina, has sido elegida!
—Elegida ¿para qué?
—Para convertirte en una
Diosa.
—Pero si soy una simple
mujer que murió en desgracia.
—Por eso y por el fuego en
tu ajayu, te hemos elegido. El
sufrimiento limpia, como lo hizo tu sangre esparcida en la tierra.
—Mi sangre fue derramada
desde que me dijeron que era apta para tener descendencia y quisieron
entregarme a un hombre a quien no conocía y menos amaba.
Nina corre por los sembradíos de papa y oca, va detrás de una
alpaca que nació unos meses atrás, le gusta mirarse en esos ojos enormes, llenos
de una esperanza que linda con la ignorancia de la muerte. En ellos se mira extraña,
no quiere ser dócil como este animal, imagina convertirse en algo diferente a las
carnes, pelos e iris oscuros, iguales a los de ella.
Desea ser como la sangre que vio salir de su cuerpo y creyó morir;
su madre le explicó que se estaba convirtiendo en una mujer. Ese líquido espeso
y extraño parecido al jaguar, que pinta lo que toca y se come a las alpacas. Si
fuera esa fiera no aceptaría el cuidado de las personas, perdiendo su libertad.
—Nina, sabemos que eres
especial. Admiramos tu rebeldía. Por eso, decidimos entregarte poderes que no
imaginaste que existían.
—No deseo ser una Diosa.
Abajo solo quería vivir según me dictaba el corazón y ahora no sé qué haría con
los poderes.
En la casa de su abuela, Nina sostiene la mano de su madre que
se está muriendo, no sabe qué hacer, tan solo mojar con su llanto esos dedos
que acariciaban sus cabellos mientras le peinaban en las mañanas, besar las
palmas que cocinaban a diario, oler la piel que alguna vez le había golpeado en
la cara. El calor de su mamá se escapa y ni ella ni la anciana a su lado tienen
el poder de cambiar ese final.
—¿Dónde
crees que te encuentras?
—En
el Hanan Pacha.
—Estás
lejos todavía. Estamos en un lugar intermedio. Los dioses no juzgamos a los
muertos, son ellos los que toman la decisión de a dónde quieren ir por el resto
de su tiempo.
—¿Entonces
puedo decidir?
—No,
Nina, tú ya lo hiciste en el Kay Pacha.
—Muchos
de los que están aquí, los hombres también lo hicieron.
—¿Querías
ser un hombre?
—Al
principio sí, pero luego me di cuenta que al serlo perdería.
—¿Perder
qué?
Nina trabaja cosechando papa, el sol cae indolente en su
espalda, su piel quemada parece brillar. Las trenzas que recogen su cabello
llegan a su pequeña cintura. Los tubérculos arrancados son grandes y se
resisten a desprenderse de la tierra negra que los cobija, aunque luego sus
brazos fuertes y manos de dedos largos los dominan. La abuela le lleva agua y
un poco de chuño, le dice que Manku, hijo del Chunca-camayoc ha pedido llevársela. La muchacha, de catorce años
toma un sorbo, se limpia el sudor y mira triste los ojos de su awicha. A ninguna le gusta la idea, pero
la anciana sabe que no hay otra forma para asegurar el futuro de su nieta. Nina
no pronuncia palabra y sigue trabajando. El anuncio le ha confirmado que ya no
podrá quedarse, su camino debe bifurcarse, lejos de esos prados amados, de la
casa de adobe y la tumba de su madre.
—Perdería
mi esencia, mi espíritu.
—¿Acaso
los hombres no los tienen?
—No
como el de las mujeres. Por eso nos complementamos como el Hanan y el Uku, pero en
el Kay Pacha, algunos hombres se
creen superiores y quieren dictar la vida de las mujeres.
—No
dejaste que rigieran la tuya.
—No,
por eso dejé a mi abuela y fue un sacrificio demasiado pesado. Abandoné mis
raíces por mi libertad.
Nina cargada de lana de alpaca, chuño y charque sigue a los
comerciantes de su ayllu, se dirigen
a la gran ciudad, residencia de los incas, el Inticancha o Templo del Sol. Allí no tendrá que seguir las reglas
que quieren imponerle en su hogar, extrañará sus montañas, sus ríos; la
libertad vale la pena. Alguien le pregunta por qué viaja sola, responde que va
a vender la lana para casarse y como solo vive con su awicha, ella misma debe hacer el encargo. Los hombres y mujeres le
creen. Primero llegan a Matagua, donde descansan. La muchacha come poco, queda
mucho por recorrer.
La noche fría no calienta con la manta de alpaca, pero le
sirve para recordar las historias que le contaba su abuela sobre una mujer
guerrera, Mama Huaco, ella durante una de las tantas batallas para posesionarse
de la tierra prometida por Wiracocha, hiere a un hombre, luego le abre el pecho
y sopla sus bofes, haciendo que la gente de Acamama huya temerosa. Le gusta esa
leyenda porque le da esperanza, mientras piensa lo que hará en la ciudad. Tiene
un nombre, Allin Sunqu, una amiga de su madre, que según dicen es una tejedora
reconocida. La buscará y le llevará la lana, tal vez aceptará darle cobijo por
unos días.
—Aprendiste
sobre ti misma en tu viaje. Te vimos llorar algunas noches y renacer radiante
con el amanecer. A pesar de tu corta edad no demostrabas tus temores y ayudabas
a quien lo necesitara.
—Solo
hacía lo que mi madre y mi awicha me
enseñaron.
—Vimos
muchos más hombres y mujeres que cambiaron al cruzar la puerta de la casa
materna. La ambición y pensar solo en uno mismo son la naturaleza de la mayoría
de los que viven en el Kay Pacha.
—Yo
sí conocí personas que me ayudaron y me enseñaron, también maldad en las manos
y caras de otros, pero recuerdo más la bondad.
Al amanecer parten hacia Colcabamba, la tierra seca, el sol
pesado y algunas hierbas descoloridas guían el camino. Los pies de Nina están
cansados y con heridas, pero no puede retroceder. El estómago vacío y la lengua
seca no la ayudan a sentirse mejor y sumado a un destino incierto hacen que su
corazón se arrugue, como el chuño.
Una mujer nota su malestar y le alcanza un ungüento de grasa de llama que le
alivia. Pasan varios días y noches parecidas hasta llegar a Guaynapata. Le dicen
que desde allí solo faltan unas lunas para pisar la capital. Está emocionada y
exhausta, cambia algo de lana por comida y agua, las comparte con una vieja que
le hace recuerdo a su awicha.
—¿Crees
que ofrecemos a cualquiera volverla una Diosa?
—Claro
que no, hasta ahora no entiendo por qué me lo ofrecen a mí, nunca fui nadie
importante, mi maestra Allin Sunqu sí, era sabia y buena.
—Ella
no murió y llora tu partida, te formó bien, aunque no pudo domar tu ajayu; en el fondo siempre hiciste lo
que quisiste.
Llegando al Inticancha, Nina
pregunta por Allin Sunqu, su fama es conocida y le indican donde vive. Las
construcciones gigantescas le asombran, en especial las Kallankas llenas de maíz y trigo. El Ushno, en medio de una plaza central, aquellas enormes piedras
formando algo parecido a una pirámide y en lo alto un asiento forrado con
reluciente oro le quita la respiración por lo ostentoso. Más adelante se
enterará del objetivo del lugar.
En el Acllahuasi más
importante encuentra a Allin Sunqu, le muestra la lana y le cuenta el motivo de
su visita. La mujer la mira con ternura, no puede ofrecerle mucho, solo un
lugar donde quedarse y algo de comida a cambio de trabajo duro en la textilera.
Nina acepta encantada.
—Ella
fue muy buena conmigo, casi como una madre. Aunque en todo el tiempo que estuve
a su lado no pude olvidar a mi awicha,
¿podré hablar con ella, debe estar en el Hanan
Pacha?
—Nosotros
lo podemos todo. Es lo que te ofrecemos.
Nina se acostumbra a la vida de la ciudad, el oficio de
preparar la lana, hilarla, y tejerla no es ajeno, lo hacía en casa de su
abuela. Aunque termina exhausta por la noche, todavía aprende con Allin Sunqu,
ella le enseña a tejer con hebras de oro para la ropa de los Orejones y algunos miembros de las Panacas más importantes que viven en la
capital; hay bastante trabajo, para quien se hace conocer por la calidad de sus
tejidos. La buscan militares, sacerdotes y curacas de otras ciudades; su sueño
es hilar un ropaje para el Inca.
Su maestra, le cuenta para qué sirve el Ushno, algunas veces se hacen ofrendas de chicha en ceremonias como
el Capac Hucha, pero también es donde
se realizan sacrificios de vírgenes, las Acllas. Las jóvenes son elegidas por
los sacerdotes entre las familias más humildes, incluso traídas de otros
lugares. La muchacha se sorprende por aquella descripción y en el futuro será
testigo en persona.
—Entendemos
tu sacrificio, sabemos del dolor de tu corazón, pero también conocemos su
fuerza y su fuego.
—Era
necesario para seguir viviendo, no había otro camino. Recordaba las palabras de
mi awicha: que me cure cada noche con
los rayos de la Mama Quilla, para amanecer radiante con el siguiente sol. Al
finalizar del día lo intentaba, algunos lo lograba, otros no.
El fuego en el corazón de Nina desborda, no solo en la
habilidad para tejer, sino en la intensidad de sus emociones. Después de varios
años en la ciudad, se descubre hermosa y que no pasa desapercibida frente a la
mirada de los hombres, que la admiran cuando camina en el mercado o entregando
un trabajo de su maestra.
Los festejos en la capital son continuos, se bebe chicha, se
baila, se canta y ella es buena en todo. En su primer encuentro carnal también
aprende que está hecha para el amor y ese placer que rompe su cuerpo en dos, la
deja feliz y brillando.
—Haciendo
un repaso de mi vida en el Kay Pacha,
fui ingenua, creí que el amor me salvaría. Escapé de un destino con un hombre desconocido,
los que conocí en la ciudad tampoco fueron tan diferentes. Tal vez alguno me
amó con el corazón, pero su sentimiento no alcanzó para aceptarme.
—El
amor entre hombres y mujeres es todavía un enigma para nosotros, por eso ni
nuestro poder debe intervenir allí.
A ese primer encuentro continúan otros, haciendo de su cuerpo
el templo del placer que había soñado, cada piel deja en ella un dulce
disfrute, los besos la llenan de dulzura y hambre de más, las palabras no
significan nada, ni siquiera las promesas; no las desea. La mayoría de sus
amantes no lo entienden; la quieren poseer fuera del acto también. Aborrecen su
libertad. Nina no se deja, ha crecido como tejedora y mujer, ya no es solo la
aprendiz recién llegada de Allin Sunqu, sino su mano derecha y tiene claro lo
que quiere; ya se hace cargo del ropaje de muchas personas importantes.
Incluso Quri, un militar, ha caído en su cama, es el más apasionado,
pero también el más exigente, exige que lo espere con el cuerpo perfumado después
de sus viajes. Las noches a su lado son largas y cálidas, sus regalos son ostentosos,
la última vez le entregó dos brazaletes de oro, con la insignia de un jaguar. A
cambio de estos obsequios y atenciones desea que se olvide de su trabajo y viva
por él.
—Cada
hombre me pedía algo a cambio. No entendían que yo no buscaba una vida juntos;
por eso Quri decidió castigarme.
—También
nos pareció injusto, pero tu destino estaba marcado. Te necesitábamos como
parte de nosotros.
—Me
di cuenta que nuestras vidas están en sus manos. Me cuesta entenderlo y
aceptarlo todavía, aunque ahora estoy aquí frente a ustedes.
—Es
algo que comprenderás, cuando seas una Diosa.
Es el día que el Vilcanota anunció semanas atrás. Se realizará
una ceremonia en honor al Dios Inti. Estará presente el Sapa Inca, la Coya y la
demás realeza. Nina, nunca asistió a uno, ahora decidió hacerlo. Después de
cantos y ritos con hierbas, chicha y coca, llega la hora, el sumo sacerdote derrama la sangre de la
primera Aclla; al verlo Nina cae desmayada.
Intenta salvar a las siguientes gritando, nadie le hace caso; los que están
cerca la miran con ira y le increpan, no puede ir en contra de los dioses. No
para de llorar y se va sin observar el resto de la ofrenda. A lo lejos escucha
el festejo que se organiza después y odia a todos los que se alegran por la
muerte de inocentes.
Quri la busca, ha llegado desde el sur del Imperio y desea
descansar en la piel tibia de Nina, ella está destrozada y no quiere explicar
por qué. Lo rechaza y él se va enfurecido. La noche será larga para ambos.
El siguiente amanecer, un mensajero informa a Nina que Quri
desea verla, responde que irá después; esta decisión marcará su destino. Más
tarde, dos militares la buscan y la llevan a fuerza ya no a la casa, sino al
cuartel donde manda el militar. Allí, como cualquier delincuente es encerrada
en un calabozo. Tras varias horas, su amante la visita, le exige explicaciones,
ella no quiere dárselas, la golpea y la deja ir. En la cabeza del hombre, Nina
lo aborrece, lo ha cambiado por otro y ha denigrado su nombre.
Enfurecida, vuelve a su casa. Allin Sunqu le pregunta qué le
ha pasado, mientras cura sus heridas. Nina se lo cuenta todo, su maestra le
advierte que es muy peligroso portarse así con un militar, no se puede confiar
en un hombre herido, le repite. Está dolida y triste, pero quiere desquitarse
buscando otro amante y sabe dónde encontrarlo. Cuando sale esa noche, unos
extraños la emboscan y la asesinan. La mentora encuentra su cuerpo frío a la
mañana, nadie está al tanto de lo que le pasó.
—No
estoy segura que pueda ser una buena Diosa.
—Lo
serás, estaba escrito.
—No
sé si lo deseo.
—Esto
no es un deseo cumplido. No te estamos preguntando si lo quieres hacer, es una
decisión tomada. Serás una de nosotros y no solo tendrás poderes, sino grandes
responsabilidades. Desde hoy te llamarás Coco Mama, la Diosa de la hoja
sagrada, la coca.
Cientos de estrellas se acercan al cuerpo desnudo de Nina y la
poseen, ella siente como si el fuego la consumiera, pero sin dolor. La luz que
la enceguece por unos instantes la llena de paz, felicidad y placer infinito al
mismo tiempo. Su organismo se fortalece y su mente se expande, al igual que sus
sentidos. Escucha voces, ahora sabe que son los pensamientos de los seres que
están a su alrededor. El conocimiento de siglos reverbera en su cerebro, está
al tanto de todo sobre el Hanan Pacha,
el Kay Pacha y el Uku Pacha.
Trata de acostumbrarse al inmenso poder, respira hondo y
piensa en su awicha y su madre. Las
ve frente a ella, las abraza, tiene mucho que decirles y preguntarles, pero no
es necesario, con solo mirarlas se han dicho todo. Su abuela al despedirse, le
recuerda hacer lo que le dicte su corazón y no dejar que otros le marquen el
camino.
Coco Mama busca a las otras diosas: Pachamama, Mama Quilla y
Mama Cocha. Primero la miran reticentes, nunca se hubieran imaginado que una
mortal pudiera convertirse en Diosa, aunque también se alegran de tener otra
más entre ellas. La recién llegada les cuenta sus ideas, quisiera cambiar el Hanan Pacha, al oírla dudan, piensan en
Wiracocha y las consecuencias, pero tiene razón, unidas pueden llegar a
conformar una fuerza que nadie podrá negar.
En el Kay Pacha, Coco
Mama hace que se riegue la leyenda del origen de la Diosa de la hoja sagrada. Una
simple mortal, asesinada por celos en manos de uno de sus amantes, que la descuartizó
y enterró en diferentes lugares su torso, extremidades y cabeza. Pero en el sitio
donde sepultó su corazón nació el primer arbusto de coca. Desde entonces, la
Deidad enseñó a las personas, el uso de esta planta, para tener fuerza, los
dolores del cuerpo, del alma y también para varios ritos.
A partir de esa historia, los jatun runas admiran a la Diosa y le rinden ofrendas. Coco Mama se parece
en sueños a las mujeres más fuertes, a las que son respetadas, cumple milagros
de felicidad y salud; así sus seguidoras se multiplican. Las madres, antes de
plantar y al cosechar la coca, cuentan a sus hijas su leyenda.
Las diosas unidas van convenciendo al pueblo, apareciéndose en
ritos a los Vilcanotas y otros sumos
sacerdotes, que no es necesario derramar sangre humana y enseñan nuevas
ofrendas, como los camélidos y ovejas blancas, para garantizar la pureza de lo
ofrendado y el uso incluso de los fetos de estos animales. A partir de estas
enseñanzas y milagros concedidos disminuyen los sacrificios de mujeres y niños.
A pesar de la oposición de viejos chamanes, y hombres que se resisten a cambiar;
la población está dividida en dos bandos, pero cada día aumentan los que ya no desean
perder a sus hijas.
Wiracocha, al enterarse de estos cambios, quiere maldecir y
desterrar a Coco Mama, está seguro de que la revolución de las Diosas fue idea
suya. Decide encararla, pero el resto de las deidades la apoyan. Entonces por
un momento, se pone a cavilar, recuerda lo que habló con aquella, recién
llegada en un tiempo sin tiempo. Está escrito que la que un día fue una simple
mortal se ha transformado en la Diosa que cambiará el destino del Imperio
Incaico. Sin mucha emoción, el Dios Supremo las apoya y en la tierra los
sacrificios humanos se extinguen por completo.
Coco Mama mira desde el Hanan
Pacha un ritual donde varias jovencitas bailan en su honor, se ve reflejada
en ellas, sonríe porque podrán elegir sobre sus propios destinos. No sabe,
todavía, que unas carabelas se acercan a través del océano.
GLOSARIO
Hanan
Pacha: El mundo de arriba donde se encontraban todos los dioses, el mundo
celestial donde estaban Wiracocha, Inti, Mama Killa, Pachacámac, Mama Cocha e
Illapa.
Kay Pacha:
El mundo terrenal en donde los seres humanos habitaban y se desenvolvían en sus
vidas.
Uku
Pacha: El mundo de abajo, que era el mundo de los muertos, de los no natos y de
todo aquello que se encontraba bajo la superficie terrestre o acuática
Apus: Son
montañas tenidas por vivientes desde épocas preincaicas en varios pueblos de
los Andes, a los cuales se les atribuye influencia directa sobre los ciclos
vitales de la región que dominan.
Phullus:
Cobija, cobertor tejido con lana de llama.
Awicha: Abuela,
anciana.
Ajayu: La
fuerza que contiene a los sentimientos y la razón, también es entendido como el
centro de un ser que siente y piensa; es la energía cósmica que genera y otorga
el movimiento de la vida
Chunca-camayoc:
Jefe de 10 familias.
Ayllu: Organización
social inca basada en lazos de parentesco, origen común y propiedades comunes,
como estar vinculadas a un territorio.
Inticancha: El templo del Sol o Inti Cancha
era el de mayor de su clase en importancia, no sólo en el Cuzco sino también en
todo el Imperio.
Chuño:
papa deshidratada
Charque:
carne deshidratada
Kallankas:
Se trata de un gran galpón de planta rectangular muy alargada con techos de dos
aguas sostenido por series de pilares hincados a lo largo del eje longitudinal.
Ushno: Es
una construcción en forma de pirámide que usaba el Inca para presidir las
ceremonias más importantes del Tahuantinsuyo
Acllahuasi:
Red de edificios residenciales de las acllas, que eran los grupos de mujeres
especializadas en actividades productivas, particularmente en la textilería y
preparación de chicha, y que estaban obligadas a prestar servicios laborales al
estado inca.
Orejones:
Este grupo de señores regionales, a los que se agregaban los mayores
funcionarios del imperio, los sacerdotes y algunos mercaderes, conformaban la
élite del Tahuantinsuyo.
Panacas: El
término panaca se usó para designar un grupo social o ayllu de parientes de un
inca, en el sentido de descendientes.
Capac
Hucha: Era uno de los rituales más importantes del calendario Inca. Se realizaba
entre abril y julio desde, al menos, el siglo XIII y hasta comienzos del siglo
XVI
Acllas. Jóvenes vírgenes al servicio del imperio. No guardar la obligada castidad y, sobre todo, ser sorprendida con un hombre significaba, para la vestal en ejercicio, su inapelable condena a muerte, a una muerte cruelmente ejemplar.
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"Quien no se mueve, no siente las cadenas" es publicado con la autorización de la autora. Podrá ser removido de este sitio a simple requerimiento de la misma.
Fotografía: Perfil de Facebook de Eliana Soza
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