Andrés Canedo - Del amor y sus fragilidades




DEL AMOR Y SUS FRAGILIDADES ©
Andrés Canedo
(Cochabamba, 1946)

Se conocieron en una librería, ella buscaba un libro de Schopenhauer; él, uno de Alejo Carpentier. Los estantes de filosofía y literatura estaban lado a lado, de manera que él la vio de reojo y descubrió, así de soslayo, que era definitivamente hermosa; ella lo miró directamente y le agradó lo que vio, entonces, sin vacilaciones le dijo: “¿Cuál buscás?” Él tuvo la ocasión de verla entonces de frente, y en menos de un segundo confirmó que ella era más hermosa aun de lo que aquella primera mirada oblicua le había informado: de pelo y enormes ojos castaños, boca arrobadora, pechos del tamaño de una pelota de tenis, cintura estrecha y piernas largas, deseables, enfundadas en un pantalón jean ajustado. Entonces él respondió, creyendo que disimulaba su mirada inquisidora, aunque ella, como suele suceder, la había percibido: “La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier”, afirmó. Ella, con una sonrisa, no carente de algo de soberbia, pero que con su resplandor cubrió toda la estantería de libros, le dijo: “El mundo como voluntad y representación, de Arthur Schopenhauer”, y se quedó así, mirándolo fijo a los ojos desde el avellana claro de los suyos. Él, aunque trató de frenar las palabras, se escuchó diciéndole lo que no hubiera querido revelar: “Sos linda”, sonaron sus palabras, y ella ampliando aún más su sonrisa, puso en movimiento sus labios carnosos y le respondió: “Vos también”. Y aunque él no era inhábil en amores, se quedó un instante paralizado por la intrepidez de ella y sólo pudo contestarle lo más estúpido que se le ocurrió: “Visto que no encontramos los libros, mejor se lo preguntamos a uno de los empleados”. Ella volvió a sonreír por la repentina timidez de él y, con él siguiéndola, se dirigió a hablar con uno de los vendedores. Ninguno de los dos libros figuraba en la librería. “Era de imaginar”, dijo ella, y agregó: “Ya se sabe que en este país y en esta ciudad, el único libro realmente disponible en todos lados, es la guía telefónica”. Su mirada no dejó de tener picardía, cuando continuó: “Mi nombre es María, el más común y el más proletario de todos los nombres femeninos, aunque no soy, precisamente, común ni proletaria”. Él, ya repuesto de su inesperada timidez, le dijo: “Me llamo Pedro, como el más célebre y temeroso de los apóstoles, aunque no soy, precisamente, religioso, sino más bien agnóstico”.

Salieron de la librería y ella le contó mientras caminaban, que era estudiante de cuarto año de filosofía, y le preguntó qué es lo que él hacía, a lo que Pedro, iluminado y ya un poco embriagado por los destellos infinitos que irradiaban de ella, respondió que trabajaba como profesor de literatura en un colegio de baja estirpe y que intentaba ser escritor. María, sin concederle mucha importancia a esa declaración, le dijo que para compensar el mutuo fracaso con los libros, le invitaba un café, por ahí cerca, donde solía ir con sus amigos. Pedro, ya colgado de la esperanza un tanto lejana de tener algo con esa preciosidad, le aceptó el convite, pero añadió que él pagaría el consumo.

─ Bueno, si así lo querés, no hay problema. Aunque sos un poco chapado a la antigua, lo permitiré esta vez en homenaje al inencontrable Carpentier.

María era arrolladora como un ciclón, su vivir intenso parecía expresarse en sus palabras, siempre precisas, que surgían a borbotones. Durante el trayecto de las dos cuadras que los separaban del café le hizo saber que la filosofía la enloquecía, que vivía en un pequeño departamento en uno de los barrios distinguidos, que la vida le parecía bella, que además de leer, estudiar y conversar sobre temas serios, le gustaba divertirse, no, claro, en las estupideces cotidianas del común de los mortales, y le dijo que en el libro que ella estaba buscando, Schopenhauer enseñaba que el hombre no conoce las cosas como son en realidad, sino como puede percibirlas e interpretarlas y que, en ese sentido, el mundo es sólo una representación.

─ Llevando las cosas a un extremo casi absurdo, te podría decir que ni tú ni yo somos tan lindos como nos percibimos; lo que vemos de nosotros, en el fondo, podría ser un fiasco. Pero claro, eso es lo que hay y con eso tenemos que conformarnos y vivirlo así. Pero, lo que sí es posible y siguiendo con nuestro filósofo, es una especie de iluminación que se da en los artistas verdaderos, ya que ellos, por medio de la intuición, podrían llegar a la comprensión de la verdad. Eso hace, por ejemplo querido Pedro, que yo esté caminando a tu lado porque me has dicho que intentas ser escritor, artista, y eso me atrae aunque no tenga ningún sustento para creerte, pues no he leído una letra tuya.

─ A mí, con mi escasa sabiduría, la intuición me dice que tu belleza es verdadera y es por eso que estoy caminando al lado de ti, ─ le retrucó Pedro, mientras ella esbozaba una hermosa sonrisa cuajada de resplandores ováricos, plenamente terrenales y concretos que a él le repercutieron en el crisol de todos sus andrógenos.

Ya en el café, sometiéndolo a Pedro a una especie de desilusión pues veía escaparse su oportunidad, se sentaron con dos compañeros de facultad de María que allí se encontraban. A medida que transcurría la conversación, la desilusión de él se fue transformando en frustración y en mutismo, pues los otros tres, guiados por María, hablaban sin parar y se hacían chistes nombrando a los presocráticos, a Platón y Aristóteles, a Kant, Hegel y otros más, usando un lenguaje cuyos códigos Pedro desconocía, y, aunque entendía lo básico se le perdía lo esencial. Entonces, la frustración se le fue volviendo pesimismo: esa mujer, absurdamente o no, estaba muy lejos de él, manejaba otros resortes que a él le eran extraños a pesar de tantos libros leídos; María le era inalcanzable. La miraba hablar, sentada frente a él al otro lado de la mesa y la sentía lejana, absurda, imposible. Se había metido con quien no debía, una intelectual insoportable y un poco pedante, empezó a pensar. De pronto sintió algo que recorrió el camino en medio de sus piernas, se detuvo en sus genitales y empezó a acariciarlos. Miró disimuladamente hacia abajo y descubrió el pie desnudo de María que había cruzado secretamente por debajo de la mesa y que, amparado en esa impunidad, le restregaba la zona de la bragueta. Fueron pocos segundos, él logró tomar el pie de ella con su mano derecha y acariciárselo mientras levantaba la vista y encontraba los ojos de ella que le sostuvo la mirada, mientras parecía decirle: “Ánimo, muchacho. Aguanta toda esta estupidez, que después tendrás tu premio. Me gustas y me daré a ti”. Sin embargo, a pesar de que una alegría infinita lo invadió, el coloquio se dilató en minutos que parecían infinitos, mientras él pensaba “a qué hora se irán estos cabrones”.  Pero no se iban y seguía la cháchara. Aunque lo que predominaba en la mente de Pedro eran las más desbordadas alucinaciones eróticas, logró, de puro animado que estaba, meter algunos parlamentos en la charla, decir por ejemplo, que Antígona rechazaba a la cochina esperanza, que Henry Miller decía que lo que mantiene vivo al árbol de la vida no son las lágrimas, sino la certidumbre de que la libertad es real y es eterna, que el ejemplo de la entrega más limpia, lo daba la indígena protagonista de Los pasos perdidos de Carpentier, cuando frente a su hombre, ella se llamaba “tu mujer”. Y aunque esto último generó algunos rechazos, ya que fue calificado como un supuesto machismo, Pedro sintió que había pasado de parecer un idiota, a, al menos, un ser relativamente culto y sensible.

Hicieron el amor, en el departamento de María, como si se hubieran deseado desde el principio de los tiempos, con avidez absoluta primero; luego con prolijidad; finalmente con ternura. Fue una tarea épica, despiadada, inagotable, reveladora. Se acoplaron con perfección y con desenfreno, que luego fue dando paso al goce más sereno y después a la búsqueda de sus espíritus. Se entregaron los cuerpos, se disfrutaron hasta el paroxismo, y por último practicaron la delicadeza con la cual se persiguen los significados y el alma del otro. Él vio, por primera vez, que con ella su vida parecía cobrar un sentido verdadero y total; que todo lo acontecido hasta entonces con todas las otras mujeres que habían pasado por su vida, era apenas un destello frente a la enorme luz que María significaba. Ella descubrió que su cuerpo nunca se había sentido tan colmado de la verdad de la carne, pero también, su espíritu vislumbró que se había encontrado con un ser luminoso, cuya ternura la envolvía protegiéndola de sus propios demonios. Cada uno, a su manera, sabía que querría más, que ese cataclismo de abrazos, aprehensiones, resplandores, intercambios y entregas, era sólo el principio de algo que debía durar. Él, sabiendo que todo lo entregaría a partir de entonces, ansiaba que fuera para toda la vida; ella, que además de filosofía era lectora infatigable de poetas y novelistas, sabía, con Vinicius de Moraes, que el amor es eterno mientras dura. Además, a María, la palabra amor y sus derivaciones verbales, le generaban desde siempre resistencia; para él, en cambio, era un sueño perseguido desde siempre. Hablaron, claro, hablaron largamente, cuando el cansancio derrotó sus cuerpos, aunque no sus ansias. María, mientras acariciaba el musculoso pecho de Pedro, le dijo, por ejemplo:

─ ¿Sabés, hermoso? Mañana, cuando te posea y me poseas de nuevo, seremos otros, seremos distintos. Hay un filósofo presocrático, Heráclito, que decía que no podemos entrar dos veces en el mismo río, ya que sus aguas se renuevan a cada instante. No tocamos dos veces al mismo ser, pues este modifica constantemente su condición. Entonces, mañana haremos el amor, y vos serás otro y yo seré otra.

─ ¿Sabés, diosa mía? ─ habló él mientras le pasaba la mano por sus muslos ebúrneos─ Yo, entre todo ese venir a ser, en ese devenir que se planteaba Heráclito ─ continuó Pedro que no sólo leía literatura, sino también algunos textos simples sobre filosofía─, te amaré siempre renovada, pero también te querré, esencialmente siempre la misma. Te quiero así para no extraviarme, para no perderme entre tus infinitas formas y esencias. Para tener un único faro que me guíe entre la noche y la tormenta, para saber que, junto a él, y en ti, estará la verdadera tierra prometida.

─ Sí, mi querido ─ le respondió ella─, pero es muy difícil tener certezas absolutas, porque todos estamos habitados por la duda. Trataré de ser ese tu faro, pero no te sorprendas si cambio de lugar o de forma. Lo que tienes que saber es encontrarme.

─ Lo haré ─le contestó él─, porque el deseo y el sueño de ti, será lo que se interponga ante la posibilidad de la muerte.

Al día siguiente se amaron de nuevo, repetidamente, pero encontrando sensaciones inéditas, hallando recodos de sus cuerpos y de sus almas que generaban nuevas exaltaciones. Pedro sintió que había encontrado lo definitivo, lo irremplazable; María sintió otra vez su cuerpo colmarse de la dicha más abismal y su espíritu regocijarse y entregarse a la ternura infinita que le brindaba él y que ella correspondía desde su más profunda autenticidad. En una de las pausas entre sus ardores, él recurrió a la hipérbole para expresarse y le dijo: “Te he buscado desde mis más lejanos ancestros, te he buscado desde el pitecántropo en el que me esbozaba hace un millón de años”.  Ella, que también sabía de hipérboles, le declaró: “Te llevo en mi código genético desde que era una Arquea de Asgard, desde hace dos millones de años”. Él sonrió ante el halago y la ventaja que ella le había sacado en el juego de las exageraciones, y entonces le lanzó las dos palabras que surgían desde lo más prístino de su sentir.

─ Te amo ─ pronunció. Y aquellas palabras resonaron como un eco en el alma de María, que primero se estremeció sorprendida y que, a pesar de su dulzura, le generaron inquietud. Pero la boca de él, nuevamente en su boca, espantó las sombras de temor que habían empezado a esbozarse en ella. Pero luego de ese beso, con él encima de su cuerpo desnudo, intentó protegerse y entonces habló, le habló al corazón de él que latía sobre el suyo propio.

─ Te voy a contar algo. Platón en El banquete, nos dice que el amor persigue la eternidad, el amor se esmera en conducir a una persona hacia la perfección, el amor es una actividad formativa que pretende desarrollar al máximo al otro, es lo que se llama una “paideia”; sin embargo, me parece que ese es un sueño demasiado grande o complicado para mí, como ahora soy. Todavía no digas que me amas, Pedro. Ayudame a crecer para ser digna de tu amor y de entregarte el mío. Sé que vos estás expresando que me amás integralmente, como un todo, mi cuerpo, mi alma. Pero todavía no me conoces para darle verdad absoluta a esas palabras, así como yo tampoco te conozco en tu totalidad. Necesitamos tiempo, tiempo Pedro para poder decir ciertamente que nos amamos. Los griegos, ¿sabés? creían que los primeros seres humanos eran dobles: dos cuerpos, dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas, pero los dioses, al verlos tan ambiciosos, los separaron, y desde entonces todos nosotros buscamos en la vida, aquella mitad que perdimos. Yo te estoy conociendo y no puedo saber aún si eres mi otra mitad, como vos no podés saber lo mismo respecto a mí. Lo que nos caracteriza como seres humanos, es la consciencia, la actividad mental que hace que estemos en el mundo sabiendo algo. “Con ciencia”, ¿entendés? Y vos y yo todavía no sabemos quiénes somos en realidad, entonces no sabemos si nos podemos “amar”. Además, Platón decía que el amor busca la belleza como bien, y busca la perpetuidad, la inmortalidad. Para ello, hay grados o etapas; para perpetuarnos debemos procrear hijos y la primera etapa es el amor físico, esto que ahora estamos intentando, pero también podemos inmortalizarnos a través del alma. Si vos sos realmente mi mitad perdida, querré que me preñes no sólo el cuerpo, sino también el alma. Pero para eso tenemos que crecer, tenemos que esperar, querido mío.

Pedro la escuchó con todos sus sentidos abiertos, y a pesar de que sentía un dolor naciente, no dejaba de entender que ella estaba diciendo verdades. Se puso tenso, inquieto, mientras las palabras de ella fluían, y su impulsividad pudo más que la razón cuando le expresó:

─ Entiendo lo que decís y hasta lo acepto como verdadero. Pero también creo en la verdad de mis emociones y entonces, a pesar de toda la belleza de lo que contás, me dan ganas de decir que se vaya a la mierda la filosofía, porque así como la planteás, no me permite vivir. ¡Te amo! eso es lo que sé, lo que siento, lo que vivo. Así, de golpe, al segundo día de conocerte siento que te amo.

─ Tranquilo, ternura mía, bello hombre al que me doy. Sucede que sentir no siempre es saber. No te enojes conmigo. Volvé a buscarme y a fecundarme hasta que encontremos la verdad.

Se siguieron viendo, día a día, generalmente en el departamento de ella, a veces, en el más modesto de él. El sexo, siempre intenso, siempre regocijante, era lo que dominaba en sus acciones, aunque, a través de él, cada uno buscara y se acercara al espíritu del otro. Sin embargo, María se asustaba cuando él, cada día insistía en repetirle que la amaba. Ella lo quería intensamente, pero los “te amo” repetidos y obsesivos de Pedro, le generaban un sentimiento de rechazo y se preguntaba si ello era porque de verdad estaba buscando la verdad última, o porque simplemente, humanamente, le tenía miedo al compromiso profundo que entrañaba el amor. Se preguntaba si, en realidad, de lo que tenía miedo era de amar. Cada uno cumplía con sus compromisos: él con su trabajo en las mañanas en el colegio; ella, con sus clases en la facultad repartidas en distintos horarios. Él, desde hacía un tiempo que dedicaba todos sus ratos libres para estar con ella, incluso la acompañaba a clases de vez en cuando. Pero, aunque eso a ella le halagaba, no dejaba de sentir una especie de presión que por momentos la asfixiaba. Salían sí, iban al teatro o al cine, se encontraban con los amigos, pero la omnipresencia de Pedro por momentos le hacía pensar si no estaría perdiendo su libertad, a pesar de que lo quería. Vivían, no obstante, momentos mágicos de conversaciones, de lecturas. Él escuchaba, por amor, las explicaciones de ella sobre los diversos filósofos, aunque de alguna manera oscura, sentía que allí estaban, en la pasión de ella por la filosofía, sus verdaderos enemigos. Ella, escuchaba con creciente placer, la lectura de los textos escritos por él; textos bien redactados, plenos de sensibilidad que revelaban el espíritu de Pedro, aunque, oscuramente también, sentía que en ese desbordarse de emociones se encontraban sus enemigos. Ella, más allá de sus arrebatos sexuales, quería mantenerse en la razón; él, junto con sus arrebatos sexuales, vivía la emoción como la única verdad aprehensible que organizaba toda la estructura de su ser.

Al cabo de algunos meses, el hacer el amor empezó a ya no colmar todos los espacios del cuerpo ni del alma de ella. Algo se debilitaba, algo estaba dejando de funcionar bien. María se cuestionaba si era un simple decaimiento de la biología, si era su razón que buscaba sin cesar las verdades que ella consideraba absolutas, si en ello tendría que ver la especie de cerco invisible que Pedro había establecido alrededor de ella. Pedro, aunque lo seguía viviendo con toda su intensidad, percibía también el empobrecimiento de las respuestas de ella y a pesar de que creía que todo lo colmaba con sus obsesivos “te amo”, la angustia se le fue colando en el alma, pues sus trabajos para realmente alcanzarla eran inútiles, porque por más que él lo daba todo, cada vez sentía que recibía menos. Entonces, Pedro decidió empezar a escribir para ella, a decirle en palabras escritas todo aquello que por medio de la oralidad y de los lenguajes de su cuerpo no era suficiente para que ella, de una vez, le dijera también “te amo”. Le traía así, intensas y bellas declaraciones de amor en las que las letras de la computadora parecían arder por sí mismas, mientras ella las leía en voz alta frente a él. Y él la observaba con prolija atención, estaba atento a las variaciones de su respiración, al sutil encenderse de su rostro al pronunciar las palabras escritas. Ella se emocionaba al leerlas, pero simultáneamente sentía que esas palabras preñadas de amor, la envolvían en un saco transparente que le dificultaba la respiración, que le corroía la libertad. “Yo no soy todo esto que decís. Yo no soy digna de ello”, solía decirle a él luego de las lecturas, y se lo decía en distintas formas, a veces, casi como un ruego. Él, un día le respondió con esto: “Mis palabras son mi verdad, y aunque no puedan expresar la totalidad de mi sentir, son lo que yo puedo decirte, y ahí están, escritas para vos, destinadas a perdurar. El escritor argentino Juan José Manauta escribió esto como una premonición o, tal vez, como una admonición: ‘palabras que se iluminan de repente y se apagan, pero se apagan después de estar escritas, libres ya de la muerte y del instante’. Ahí están mis palabras María, para permanecer en vos, como permanecerán en mí”.

Él ya lo sabía, ya había hasta imaginado la escena. El caso es que un día ella lo sentó a su lado y comenzó a hablar.

─ Como sabés, he tenido varios compañeros sexuales, hasta tal vez más de lo que me era necesario, pero nunca formé una pareja estable. Hasta que apareciste vos, claro. Entre nosotros primero fue el sexo, pero inmediatamente tu ternura, tu generosidad, tu maravillosa cualidad de ser humano. Por ello es que he estado contigo todos estos meses y he procurado, intensamente, durante este tiempo, de saber si vos eras o no, esa otra mitad perdida de mí misma y, más aun, puse todo el empeño de mi alma en tratar que así fuera. Pero el hecho es que todavía no lo sé, e igualmente no sé si estoy lista o si soy capaz de vivir en pareja. Sé que te molestan mis citas de filósofos y ahora te diré una más, que favorece lo que vos sentís y no lo que yo creo. Es, otra vez, algo del viejo Schopenhauer. Él dice que más allá de la voluntad individual (yo mantenerme libre, por ejemplo), pugna la voluntad de la especie, que es la de perpetuarse, la de no extinguirse. Dice, en consecuencia, que eso que llamamos amor no es otra cosa que el instinto natural de la especie, algo poderoso que nos lleva, a relacionarnos sexualmente. Para mí, hasta ahora, esa voluntad de la especie no ha logrado cobrar la fuerza suficiente para que yo decida vivir en pareja permanente con alguien. Las palabras de Schopenhauer, que no es mi filósofo predilecto, te lo aclaro, es posible que no sean suficientes para estos tiempos, o que yo sea, como te dije cuando nos conocimos, alguien realmente muy poco común. Tal vez, en estos días, las cosas estén cambiando y la pareja, como la que formamos en aras de esa idea del amor romántico que nos inculcaron, sea una herramienta que sólo sirve para destruir ese tipo de amor. Quizá, y estas son ideas de una filósofa argentina que se apellida Terembaum, de las cenizas de ese amor, surja un amor mejor, que nos haga más libres. Tampoco quiero decir que acepte esas ideas irrestrictamente, pueden ser una especie de fotografía del momento o de parte de él, una moda casi. Pero la cosa es que yo, hasta ahora, no me siento capaz de formar la pareja que proponés. Vos sos lo mejor, lo más bueno con lo que me topado hasta ahora, pero no puedo seguir con vos mientras las dudas atosiguen mi mente. Aristóteles dijo, el amor se compone de una sola alma que habita en dos cuerpos. Yo no he logrado extinguir la individualidad de mi alma. Te he sido fiel y leal en cada minuto de todos los días en que he estado contigo. Pero ahora debo partir, debo buscarme, y para ello debo dejarte.

Pedro la escuchó en silencio, casi sin parpadear, y aunque ya lo había imaginado, aunque sabía que estaba derrotado, intentó defender ese amor que se le escapaba.

─ Te vas, María, pero sé que siempre me llevarás en vos, aunque sea como una sombra, como el leve resplandor de un sueño que no fuiste capaz de realizar. Me parece injusto, me parece horriblemente desgraciado. Vos, el pensar; yo, el sentir. ¿Por qué no pudimos, no pudiste conjugarlos? Eso es lo que no puedo entender, yo, que por lo visto soy malo en esas cosas de la razón. Creo que en realidad le temés al amor, y dejame que te diga algo que se me viene a la memoria: Rafael Alberti, un poeta español, dijo:” Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos”. Entonces, me parece tan absurdo que vos, que me encandilaste desde el principio con tu enorme vocación de vivir, por pensar tanto estés medio muerta. Y yo, lo que te ofrezco es vida, exaltada, loca, real. También te citaré algo de Albert Camus, ese que leés, que estudiás, que a veces también citás. Seguramente lo conocés, pero te lo digo igual. “No ser amados es una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar”. Y vos no querés amar, y serás desgraciada. Yo también, desde ahora, viviré el vacío de la angustia, porque ante todo esto no puedo encontrar una respuesta y sé, como vos sabés, que el dolor es siempre más intenso que la dicha. Algunas veces me dijiste que soy desmesurado, siempre hiperbólico, pero vos, dentro de tus convicciones también lo sos. Y no es posible soportar mucho tiempo la desmesura, la Hybris de los griegos que tanto nos gustan, aunque nos gusten partiendo de sentimientos e ideas diferentes. Yo amo a Eurípides, a Sófocles, aunque no excluya a los que vos amás; vos amás a Platón, a Aristóteles, y a pesar de que te gusten mis trágicos griegos, para ti ellos no alcanzan la verdad final. Sin embargo, esos amores están afectados de desmesura, principalmente en tu caso, y eso no te permite vivir, porque amás ideas y no al hombre, al hombre que te ama. Te vas, me lo has dicho, y aunque no lo quiero, lo acepto. Al haberte perdido, me volveré terriblemente, dolorosamente adulto. Me quedará el recuerdo de nuestros cuerpos amándose, sin culpas, sin ambiciones, mientras podíamos entregarnos al frenesí, sin pensar en nosotros mismos, sin buscarle causas ni explicaciones al sencillo y maravilloso acto de coger. Pero luego empezamos a pensarlo, y allí comenzaron las derrotas; vos por tu camino, yo por el mío, pero fracasando estruendosamente, ya lo ves, a pesar de la ternura que no pudo concretarse en amor entre los dos. Y me quedarán, claro, la ternura que te di y la que vos me diste, como una impronta, como una marca que jamás se borrará de mi alma.

Y allí van por la vida, María y Pedro, sin saber, porque a veces es imposible saberlo, en qué se equivocaron. Ella sola, él solo. Ella recordando momentos felices, con el dolor de estar segura de que son apenas un recuerdo. Él, soñando todavía, en ese amor que sintió y vivió sin lograr correspondencia total. Ella preguntándose si la búsqueda de la pretendida sabiduría, no le habrá escamoteado la posibilidad de la humana y limitada felicidad. Él, diciéndose a ratos, que el intentar vivir solamente sus emociones, puede ser la causa de su infelicidad y de su angustia. Ella que ya no sabe si lo que vive es realmente libertad, pues ha dejado de saber lo que esta significa; èl que sólo siente que el sentir lo aprisiona en el dolor, y eso le mutila el ejercicio del simple albedrío. Pero, lo peor para ambos, es la nostalgia y el desamparo de estar sin el otro. Sí, ella sola; él solo. Cumplen sus obligaciones, caminan por las calles con temor, pero con el deseo secreto de encontrarse. Y quieren encontrarse, aunque no lo reconocen, porque en sus débiles reflexiones piensan (nuevamente piensan) que viven la imagen ya un poco idealizada del pasado y también, porque mientras caminan, esas calles por las que van exudan tristeza y soledad. Pero la ciudad es grande e implacable, no flexible por ahora a concederles esa oportunidad, que en definitiva, nadie sabe si servirá para algo.


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Reseña literaria

Pequeña muestra de Poesía Universitaria – Córdoba – Argentina (1967)
Alrededor de 30 diferentes artículos sobre arte, literatura y teatro en revistas y diarios del país, en el transcurso de diferentes años.
1977 – 1979: Director de la Revista “Acto” en la que publicó diferentes artículos.
1987: Artículos sobre Teatro Boliviano para el Inventario de Teatro Iberoamericano, (España).
1999: "En torno a Bertolt  Brecht", Revista “Conjunto”, Revista de Teatro Latinoamericano, Casa de las Américas, Cuba.
1999: Autor de la novela “Pasaje a la Nostalgia”, Editorial RB, Santa Cruz, Bolivia.
2001: Publicación en la revista de Internet “Sappiens” de España: “Voy casi corriendo por la Kudam”, cuento.
2002: “Sara, Sara”, cuento publicado en el libro “Santa Cruz, Ciudad Íntima”, Alcaldía de Santa Cruz.
2004: “Cartas de Amanda”, cuento publicado en la serie Medusa de Fuego de Editorial La Hoguera, Santa Cruz – Bolivia.
2013: “Sara, Sara”, en Antología Internacional “Una mirada al Sur”, en Ediciones Pasión de Escritores, Argentina.
2016: Segunda Edición de Pasaje a la Nostalgia, Editorial Kipus, Cochabamba, en Feria Internacional del Libro, Santa Cruz, Bolivia.
2018: Infinite love time, en el libro Love, my religion, publicado en India, a cargo de los editores Chowdbury y Kanade.
2018: Dos textos de prosa poética, en el libro Poetas de allende los mares, editado bajo la coordinación de Josep Lleixá Fernández, en Barcelona, España.
2018: En el palco está la abuela Julia (Abuela Julia) texto seleccionado y publicado por la Revista Rascacielos, del diario Página Siete. La Paz, Bolivia.
2018: Amor y mar, publicado en Prosa Nostra, revista de México.
2018: Pepe Ballón, publicado en el Nº 55 de la Revista de la Asamblea Legislativa Plurinacional (Bolivia).
2019: La mujer del pescador, revista Brevilla (Chile), Hokusai, Antología de microrelatos.
2019: (marzo) El amor añorado a través del tiempo, diploma de la página Palabras bajo la lluvia (Argentina) por dicha publicación (marzo 2019).
2019: El mar y la maravilla, cuento publicado en la revista Letras Itinerantes (Colombia) (27 de marzo, 2019).
2019: Un cuento, un poema y una carta, 3 publicaciones en el libro         “ Romance Idílico desde el Pilcomayo" ,"Los Reyes de la Tertulia”, a cargo de Alejandra Veruschka. (Villamontes, Tarjia, Bolivia)
2019 (mayo) Seis cuentos en libro A Cuentaviento, por Editorial Soy Livre, para presentación en Feria Internacional del Libro, Santa Cruz de la Sierra.
2019: (mayo) Distinción como “Destacado”: “Amarte bajo la sombra de los árboles”, por Palabras bajo la lluvia (Argentina).
2019: (junio) Sirena, Sirenas, cuento publicado en el libro Antología binacional “Estaño y Plata”, editado por Editorial Kipus, Bolivia y compilado por Sergio Gaut vel Hartman de Argentina.

En preparación: Así pasan los días (Crónicas, relatos y críticas en Facebook), Territorio de signos (novela)

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El cuento "Del amor y sus fragilidades" es publicado in extenso con la autorización expresa del autor. Podrá ser retirado del Blog a simple solicitud del mismo.

Fotografía: Perfil de Facebook de Andrés Canedo
Biografía: Andrés Canedo - Maestro de las Artes, en Bolivia

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