A
veces, cuando me emborracho con un poco de Ratafía o Ajenjo, grito muy fuerte:
- “¿Saben quién soy? Mi nombre es Pedro
Antonio de Tal. Soy poeta. El mejor poeta. Infórmense de mi recorrido
literario, para que no vengan a escribir tonterías. Gané premios importantes,
no tengo premios falsos como otros o colección de reconocimientos como otras.”
Después
me tumbo en el pasto como si fuera Gulliver y espero que miles de
liliputienses, vengan a observar mi humanidad. Suban sobre mi cuerpo, caminen
sobre mi cara como hormigas trabajadoras.
Trato
de no pensar, pero, muchas cosas me vienen a la mente. Miles de imágenes,
ideas, palabras que no logro atrapar cuando estoy sobrio. Los recuerdos se me
acercan como gatos.
Si
estuviera en mi casa, no tendría quien me ayude a desvestirme y acostarme, para
silenciosamente, examinar mi celular y descubrir que escribí para Celia, la que
vende comida en la esquina: “que la quiero, que desde que vi sus ojos y el
color de sus cabellos me quedé fascinado. Que imagino mis manos en sus senos
redondos…” ¡Ah! Si tuviera a alguien en casa, sería regañado y escucharía
reproches y llanto de mujer. Llanto de niño, si tuviéramos un hijo.
Así
era cuando estuve casado con Tania, ella me
ayudaba a quitar los zapatos y a acostarme. Inmediata y silenciosamente, como
quien roba, ella examinaba mi celular…Luego me recriminaba y lloraba, hasta que
el niño despertaba y lloraba también.
Un día
llegué y ella se había ido llevando al niño. No dejó ni una foto de mi pequeño,
quedó solo el viejo caballito de madera. Solo pude ver a mi hijo nuevamente
después que el juez fijó las pensiones.
En las
noches frías si estoy borracho trato
de regresar temprano a mi casa. Me abrazo a cada poste y me quedo iluminado por
cada foco del alumbrado. Ana también se fue, llevó nuestro niño, los muebles,
las ollas, los platos y el viejo caballito de madera.
Después,
empecé a trabajar más duro, para pagar tantas manutenciones. Tengo que
mantenerme sobrio en los días de visita para que ellas no me quiten el poco
contacto con mis hijos. Entonces escribo poemas. Vendo mis libros. Gano
premios.
Me
molesto hasta el tuétano que no me tomen en cuenta, que la mayoría de los
escritores ni saben de mi existencia y digan que hay unos chicos del arrabal
que son poetas y que es mejor no meterse con ellos.
Si la
prensa menciona por algún motivo que gané un premio, no dice o escribe mi
nombre sin mencionar el suburbio donde vivo. Reniego de todos, hasta de mí
mismo y me emborracho y despotrico contra todos. Y lo hago en voz alta. Que se
enteren. Porque a mí no me importa. Digo vieja a las viejas, gorda a las
gordas, mediocres a los poetas que se creen consagrados. Porque yo no los
reconozco. Yo no los quiero. Yo siempre los criticaré. ¡Carajo! Si de mí
dependiera, los crucificaría.
Me
siento molesto con todos, hasta con mi madre. Desde mis tobillos siento un temblor
cuando pienso en mi madre. El temblor sube hasta mi estómago y maldigo el día
que nos abandonó. Recuerdo que mis primeros versos los escribí para ella: “¡Santa
madre! ¡Puta madre!” Después en los domingos por la tarde, mientras
crecía sin madre, me ocupé de pintar grafitis…
A
veces, cuando me emborracho con un poco de pisco o singani, grito muy fuerte:
- “Mi
nombre es Pedro Antonio de Tal. Soy poeta. Un Gran poeta.”
Después
me tumbo en una plaza cualquiera. El paso de las hormigas sobre mi rostro es como
una caricia, casi humana.
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"A veces, cuando me emborracho" es publicado con la autorización de la autora. Podrá ser retirado de este sitio a simple requerimiento de la misma.
Fotografía: Perfil de Facebook de Marcia Batista Ramos
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