En este mar donde no habitan las playas
En este santuario donde no
se canoniza la desnudez
En esta privacidad donde
no se expulsa a los intrusos
En este paraíso poco
parecido al Edén
En estos ojos que no distinguen
a dos metros la muerte
En estas manos que no
sudan más que por inanición
En estos horarios que no
sirven ni para despertar un gallo
En este “hoy ser yo mismo”
sin saber por qué
y empolvar mi yo ser con
cánticos viejos
En este cuarto de primera
noche,
donde difícilmente
encuentro mi propia imagen:
Así,
indefinible y contrario,
niño de mil vejeces
prematuras,
espero en la acostumbrada
hora del silencio
decir ciegamente mi nombre
sin confundir una sola
letra.
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