PARTE I
Así, como filosofando, le digo que hay que saber
sacar pequeñas ganancias de las grandes pérdidas. Pero yo no pensaba así hace
tres años, cuando conocí a Bererén Gonzales.
Y él, en esa época, era absolutamente incapaz de decir lo que después
diría en una conferencia de prensa: “todo cambia, nada es”, al explicar por qué
su equipo, Oriente Petrolero, había perdido el campeonato. Pero me estoy
adelantando. El día que fue a mi
oficina, lo recuerdo como si fuera ayer, entró con un ojo morado y los labios
hinchados.
. -Mucho peor quedaron los otros -. Me dijo.
Vislumbré inmediatamente todo el potencial que tenía este muchacho y acepté ser
su mánager.
En
esos días Bererén Gonzales era un hombre impulsivo, emocional, agresivo,
propenso al juego de villanos, es decir, de manos. Se lo dije: juego de manos
es de villanos y Bererén se quedó mirándome con curiosidad. Estoy seguro que su
anterior mánager nunca le dijo nada tan profundo. Juegos de pies, debí haberle
dicho, dada su condición de futbolista. Recuerdo que me pregunté villanos rima
con manos ¿Qué rima con pies? ¿Ciempiés?
Pude haberle dicho “juego de pies es descortés”, pero eso se me ocurrió
después y a estas alturas ya no importa. La cosa es que Bererén era un tipo
extremadamente agresivo, iracundo. Aún no se le había pasado por la cabeza
aquello de “conócete a ti mismo”. Ser agresivo le era beneficioso en la cancha
porque con sus planchazos, empujones, codazos, cabezazos desanimaba a los
delanteros rivales. Bererén era, sin lugar a dudas, el mejor líbero del país:
fuerte, pesado, pero al mismo tiempo ágil. Lo suyo, al defender el área del
arco, no sólo eran cosas aprendidas en los entrenamientos, lo suyo era congénito,
tenía la agresividad en los genes, y con la violencia de sus reflejos y gestos
terminaba venciendo carrileros izquierdos y derechos, volantes de creación,
arietes delanteros, y falsos nueves. Los jugadores del mediocampo para arriba
le tenían tanto miedo como admiración los del mediocampo para abajo.
Se
dio el caso, según me cuentan, que un número dos, envidioso de los éxitos del
número diez de su equipo, lanzó una maldición que se hizo famosa: “ojalá te
agarre Bererén”. Y Bererén lo agarró y se acabó la carrera del goleador. Cuando
trascendió esta anécdota, aparecían en las canchas del país donde
circunstancialmente jugaba Oriente petrolero, vendedores de pulseras anti
Bererén; eran pulseras de plástico que, según decían, salvaban a los delanteros
de maldiciones como ésas y, por ende, de los efectos de la marcación de mi
representado. Aun así, pulsera de protección y todo, juro que más de una vez
famosos delanteros se hacían los enfermos para no entrar a la cancha y sufrir
la marca de este formidable defensa.
Esto
sucedía en lo individual. En lo colectivo la cosa era peor, con el denominado
“efecto Bererén”, tal era el nombre dado al desbarajuste de esquemas que se
armaba en la formación de los equipos rivales cuando se le enfrentaban a Oriente
con Bererén como número tres. Por
ejemplo, varias veces se dio el caso en el que un esquema clásico de línea de
tres: 3-4-3 implementado por, digamos, Blooming, se convertía espontáneamente
en un esquema de línea de dos: 8-2, porque ninguno de los jugadores rivales
quería adelantarse más allá del medio campo cuando veían a Bererén en la
cancha. Le pasó también a Guabirá, a
Real Santa Cruz, a Destroyers, quienes, partiendo de esquemas ordenados de
línea de tres, por culpa del efecto Bererén terminaban en esquemas tipo bolleo,
al mejor estilo del sálvese quien pueda.
Ahora,
a la distancia, yo creo ver una relación directa entre lo que Bererén provocaba
en las filas de los equipos adversarios y lo que él provocaría en el lenguaje
futbolístico. De hecho, lo intuí el año pasado, cuando Gonzales volvió a jugar
después de estar ocho meses convaleciente por culpa de una lesión del ligamento
cruzado anterior de su rodilla izquierda. Finalizado el juego, al salir de la
cancha rumbo al vestuario, para explicar por qué le había roto la tibia a un
volante de real Santa Cruz, dijo: “uno es lo que hace con lo que hicieron de
él”. Esa fue su primera declaración
extraña. Cuando largó la frase así, en la tele, yo ya llevaba dos años como su
mánager y a pesar del vínculo, fui el primer sorprendido. Lo atribuí a su larga
y aburrida convalecencia. Pero me hizo preguntarme ¿Quién es este hombre, en
realidad? Y bueno, para empezar no se llamaba Bererén Gonzales, se llamaba
Gonzalo Gonzales. Le decían Bererén desde chico, porque ¡Bererén! todo se
llevaba por delante. El apodo era de origen onomatopéyico y se le quedó hasta
cuando fue defensa, llevándose por delante a cuanto jugador se le enfrentara.
Continuará...
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"El efecto Bererén" es publicado con la autorización del autor. Podrá ser retirado de este sitio a simple requerimiento del mismo.
Fotografía: Página de Facebook de Oscar Barbery Suárez
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