Blanca Elena Paz - Cita en invierno

 

Cita en invierno©

Blanca Elena Paz

 

    También esta noche los rostros aparecen indiferentes entre la lluvia. Los miro   avanzar apresurados sin   interesarme en sus detalles. Son como máscaras anónimas, desmemoriadas, de facciones semejantes a las mías. Una voz recóndita insiste en el parecido, es en este momento, como en ningún otro, que siento cómo el vacío me une a ellos. Disminuyo la marcha buscando un lugar para estacionar cerca de “Los Tres Gatos”, mientras a través de la puerta vidriera   logro ver a Leonardo que me espera en el interior.

 - ¿A quién más podría contarle algo tan extraño? Me conoces de toda la vida. Otro pensaría que estoy loco-.  Mueve la cabeza esbozando una sonrisa.  Ha extraído de uno de sus bolsillos el pedazo de franela gris que ya conozco. Acaban de traerle un whisky doble.  –Por supuesto que siempre podrás contar conmigo. Tu comentario, de principio me ha sorprendido. -Mostrando su habitual naturalidad se quita los anteojos e inicia la limpieza de ambos cristales-. Creí que íbamos a conversar acerca de tu almuerzo de cumpleaños. Desde que recuerdo lo hemos celebrado juntos y como es mañana…

 -Prácticamente dentro de algunas horas. Sé que mi esposa grabó un mensaje en tu contestador para invitarte a comer. De haberse tratado solo de eso hubiésemos podido hablar con tranquilidad en casa.  Te hice venir hasta aquí para evitar que Leticia se entere de lo que voy a decir-. Momentáneamente abandona las gafas sobre el mantel para encender un cigarrillo. Trato de no mostrarme impaciente; después de todo ya pasé por lo peor. Ahora sí me encara. El contenido de su vaso permanece intacto. Parece presentir que no se trata de algo simple.

  -Tengo la certeza de que mi situación se relaciona con el sueño tantas veces repetido. Traté de comentártelo en alguna ocasión, probablemente al concluir una partida de ajedrez, pero nos interrumpieron. –Dímelo ahora, -solicita él -, es bueno que conozca todo desde el comienzo ¿no te parece?

-Me veo ascendiendo a pie por Montserrat hasta encontrarme a poca distancia del monasterio. Giro asustado porque, desde atrás, el viento me trae un grito conocido. 

 –Para un momento, -me pide acompañando sus palabras con un ademán-, ¿me quieres decir que el sueño se repite con exactitud?

 Estoy obligado a inclinarme hacia él, para que los ruidos del ambiente no apaguen mi voz. Las risotadas de unos recién llegados interfieren la comunicación.

 -Bueno, no es que   sean copias fieles; pero te aseguro que las secuencias son ya conocidas.  De manera constante se presenta un hombre, ocasionalmente se acerca, de pronto también se va. Lleva cubiertos parte de la cara y todo el cuello, porque se preocupa en mantenerlos envueltos en una bufanda blanca, similar a esa tan larga que he dejado en el asiento posterior del coche. Tú me regalaste ese chal ¿lo recuerdas?, fue aquel invierno en El Miracle.

    Mi amigo asiente con la cabeza. Lo hace sin brusquedad. En silencio me ofrece su tabaquera abierta. Rechazo la invitación con un gesto. Aún no termina con su cigarro anterior.

 -La ventisca es otro elemento constante –le digo-. Aumenta a gran velocidad, levanta las briznas en remolinos. A veces, en el sueño el hombre se aleja y lo observo solo desde atrás, su larga chalina blanca parece flotar en el espacio. Aun cuando el hombre se presenta de frente no puedo distinguir su rostro, en los movimientos muestra cierta familiaridad. Avanza rodeado de hojas secas que, desde las espirales, van adhiriéndose a su cabello. En algunas oportunidades en las que he soñado lo mismo, veo caminar a esa persona pausadamente entre la lluvia. Grita mi nombre y otras cosas. Siempre, el vendaval me impide captar claramente las palabras que repite el desconocido. Solo alcanzo a comprender que menciona “el faro”.

Leonardo apenas ha bebido. Por momentos, yo alterno mis manos en el contorno de la taza verde.  Me reconforta el calor, del café irlandés, acumulado en la porcelana.

 -La noche del suceso, pensé que después no podría haber nada peor. Ahora sé que allí no terminó todo y aunque resulte vergonzoso reconocerlo, mi vida ha sido cambiada. Temo quedar dormido. Quiero evitar el sueño reiterado, y no logro concentrarme en ninguna actividad-. Por algún resquicio penetra el aire helado. –Lo lamento, continúa con la historia por favor. Supongo que aún no me dijiste lo principal-, repite antes de beber de su whisky. - ¿Entonces… me dan fuego o no? -. Un marinero está de pie junto a mi amigo. La tensión hizo que no reparásemos en él mientras se acercaba. Al parecer nos ha abordado antes. A mi costado se encuentra el ventanal. Observo la calle. Las caretas circulan velozmente. No se detienen en su intento de evitar la llovizna.

 -Ocurrió un fin de semana del anterior mes, en la primera noche de noviembre. Recuerdo que, después del almuerzo, mi mujer había ido a Santa Coloma llevando velas y flores para la vigilia de la fecha. Pasé la tarde reparando una ducha y trasplantando los almácigos en el invernadero. Casi a medianoche, concluida la película que estuve mirando en el televisor de la sala, revisé picaportes y cerraduras, conecté el sistema de alarma y subí para acostarme. Estaba solo en casa. Ya sabes cómo es esto de los hijos: cuando alcanzan la edad de los dos míos, van perdiendo la costumbre de regresar antes del amanecer.

    Recién escucho reír abiertamente a Leonardo. El ventanal permite que hasta mí lleguen los haces de la luz de neón, proyectados desde el frente. Las gotas de agua en el cristal los distorsionan. Por momentos la luminosidad adquiere un tono amarillo-ocre capaz de provocarme náuseas.

 -Supongo que mi acostumbrado sueño apenas había dado inicio. Dentro de este, yo observaba desde la cima cómo el hombre ascendía pausadamente por la senda de la montaña. Hasta pude escuchar las voces de los niños de la Escolanía cantando el Virolai. Desperté con algo de angustia. Casi de inmediato descubrí que mi pesadilla había sido interrumpida por tenues ruidos provenientes de la planta baja. Pensé que alguno de mis hijos regresaba temprano. Transcurrido algún tiempo empecé a preocuparme al no escuchar ningún paso en la escalera de nogal. Aguzaba el oído. Quería detectar con precisión quien caminaba sin encender las luces. ¡Fíjate la idea que pasó por mi mente! ¡Solo yo soy capaz de recorrer mi casa estando toda esta en tinieblas!

 -Prosigue por favor –insiste-.  No te detengas que ya empecé a liberar adrenalina-.  Antes de aplastar la colilla en el cenicero la ha utilizado para encender otro cigarrillo.   Los dos estamos tensos. Supongo que él por lo que no sabe aún pero tal vez intuye, y yo por lo que deseo concluir de una vez.

 -Ningún extraño puede ingresar a mi casa en esas circunstancias sin activar la alarma. Ninguno que no conozca la clave por supuesto.  Incorporándome tanteé mis zapatillas de piel y lamenté no haber comprado un revolver. De cualquier manera tenía que averiguar lo que estaba sucediendo. Mientras me acercaba a la puerta sentí cómo la respiración y el pulso se me aceleraban. La única muestra de luz, en la oscuridad del dormitorio, penetraba por la ventana. Provenía de las luminarias de colores que los vecinos, de acuerdo a lo acostumbrado para esa noche, habían colgado de algunos árboles de la vereda.

 -Primero escuché el crujir de la escalera soportando el peso conocido. Ese familiar roce de la badana en el parqué del pasillo.  El tiempo empleado al caminar, las pausas; el ritmo y la frecuencia en el movimiento de cada pie. ¡Te juro que fui incapaz de abrir la puerta!  Alguien a quien no pude ver la empujó hacia mí desde el pasillo.

    Mi amigo se ha puesto de pie. Yo lo he imitado al revivir aquel momento. - ¡No estoy loco, Leo, aunque parezca increíble me chocó algo sin forma visible!

    Comprendo su posición. Leonardo no sabe qué decir; pero sus reflejos han sido inmediatos.  Sin que la mesa de por medio resulte un obstáculo, me da palmadas en el hombro.  Una pelirroja, que descarga su boquilla de marfil    nos mira.  –Sentémonos – pide él-. Tratemos de analizar con calma este asunto.

    Para disimular el mal momento observo el entorno. Unas repisas de madera, detrás de la barra común, exhiben botellas y vasos con escudos grabados a todo color. Los hombres de las risas se han marchado. Lo sé porque en el ambiente ha cesado el bullicio.  El ludópata, rescata las monedas de una máquina. 

 - ¿Cómo continuó aquello? -, insiste en retomar la charla. –Al ser expelido hacia el interior de la habitación, –le digo-, no perdí el conocimiento, pero sí el equilibrio.      Tumbado en el piso sentí un lacerante dolor que me recorría interiormente. Pude ver cómo mi aliento se condensaba. Era una cinta lechosa y compacta que escapaba por mi boca desde mis adentros. No se difundía en el aire, conservaba la continuidad en su forma y se iba…se fue por la puerta, que obviamente estaba entornada.

 -No entiendo cómo puede ocurrir algo así. Estoy seguro de que todo lo que dices es cierto, sin embargo, tengo la impresión de que también estás bajo los efectos del estrés, –corta la conversación y piensa un momento antes de lanzar su propuesta-. ¿Por qué no dejas la empresa temporalmente y descansas un poco? Sé que a Leticia no le atrae el campo, pero si quieres te puedo acompañar. Podríamos salir de la ciudad. Tal vez ir a Su, como antes, a pesar de la llovizna y de la nieve.  

 -Gracias por escucharme y por tu solidaridad. Me alivia el saber que me crees. Lo que pasó no obedecía a una sobrecarga emocional, puedes estar seguro. Después de aquello sí, mi desconfianza es sin límites.  Debo confesarte que hasta he recurrido a las anfetaminas; porque temo quedar dormido y que la escena posterior al último sueño se repita. Por ahora vamos a dejar así las cosas ¿te parece?

    Está preocupado. Me aconseja visitar de inmediato a un médico, pero se muestra de acuerdo con mi propuesta final. Desde mi silla puedo ver a los seres vacíos en sus despliegues por las aceras.  Al parecer la lluvia ha cesado.  Es tarde, lo supongo porque nos han traído la cuenta. Estamos solos en el bar. Los autómatas pasan cada vez más distanciados. Quizás aún soy diferente a ellos. Deseo continuar en el recorrido hacia ese algo, hacia la respuesta.

-Leonardo, -le digo en cuanto salimos-.  ¿Escuchas? El reloj de Plaza Concordia   está dando la medianoche. ¡Es mi cumpleaños! ¡Vamos a celebrarlo! -. Él, esta vez sin la mesa de por medio, me abraza.  – ¡Qué bueno, mi hermano!  ¿Un año más? o uno menos-. Reímos de la ocurrencia.

 -Mira Leo, dejemos de lado esto que acabo de contarte, porque por ahora no tiene explicación. ¿Quieres ver cómo dejó la nieve de anteayer el acceso a la bahía?

 - ¿Has enloquecido?  ¿Cómo piensas que llegaremos hasta allí? Estamos a unas cuantas horas de viaje-. Sé que terminará acompañándome.

 -No te aceleres. Ya lo hemos hecho antes ¿lo has olvidado? Todos llevamos cadenas para proteger las ruedas en caso de apuro ¿verdad? Ésta es la época-. Me mira poco convencido. –En eso sí, tienes razón, pero debe hacerse con cautela. ¿Iremos en un solo coche? Se me ocurre que sí, para poder hablar de otras cosas durante el camino

 –Iremos en tu convertible, con la capota replegada. Ya no llueve y hace mucho que el viento no me da en la cara. –Dirás más bien en los ojos; porque de todas maneras tendrás que cubrirte un poco. Me parece que tarde empiezas a chiflarte. Prefiero no pensar. A nuestra edad…estas aventuras nuevamente…

    Falta poco. No ha resultado nada fácil el ascenso. En la próxima curva empezaremos a descender y de allí hasta el cabo solo son algunos minutos. Leonardo acepta que yo tenía razón, nada anormal ha ocurrido; aunque empieza a nevar. Detenemos la marcha para subir la capota.

 -Ha transcurrido mucho tiempo desde la última vez que estuve por aquí, –comento mientras nos esforzamos en cubrir rápidamente el coche. Leo, lleva puesto su viejo chubasquero negro-. A ver si vas pensando en cambiar por otra esa ridícula ropa que parece de mujer-.  Le digo burlón. – Ridículo te vas a ver tú con el resfrío que se te viene encima. Mira esa porquería de bufanda que traes. Yo estoy más loco al seguirte en el juego, pero siempre ha ocurrido así.  Anda… arriba de una vez y sube los cristales.

    A partir de aquí la iluminación de la vía es deficiente. La nieve continúa cayendo. Se adhiere a las cadenas de las ruedas y al parabrisas, Es fina, pero dificulta la visión.

  Desde que era niño la bahía me atrae. Esto es lo que yo llamo una verdadera belleza. Recuerdo a mi abuelo contándome historias de náufragos y explicándome los códigos del faro ¿el faro? - ¡Detente, hemos llegado! ¡Casi estamos frente a lo que busco! No comprendo por qué no está funcionando en una noche así.

 -Quédate aquí, -le digo-. Por favor, debo afrontar esto solo. – ¿Qué haces? ¿Adónde vas como un loco? -. La nieve fina ha cedido paso a los grandes copos. Desesperado resbala sobre el arrecife persiguiéndome. Nos iluminan las luces altas del vehículo, que permanece atravesado en la vía de acceso.

    Me sujeta. –Ten las llaves –le pido- y esta carta de explicación para los jueces y mi familia. Dejé el coche a pocos pasos del bar en el que estuvimos, retíralo tú por favor. - ¡No quiero hacer ni recibir nada!   -protesta-. Leo, no escribí lo que tú ya sabes, porque no lo creerían; les doy otra explicación. Es el clásico “no se culpe a nadie”. Guarda lo que te entrego y regresa antes de que resulte imposible- Me sacude tomándome por las solapas .al mismo tiempo de que solloza incrédulo ante la situación.

 -Leonardo, -solo deseo que él lo comprenda. Logro zafarme de sus manos-, desde hace un mes mis días no tienen noches. Ahora que estás al tanto de todo, dime: ¿crees que puedo continuar viviendo con el temor a quedar dormido? –mueve la cabeza en señal de negación-. Quédate un poco más si así lo deseas, pero no intervengas. Ese que ves acercándose a nosotros no es un personaje onírico sino un ser real. Han desaparecido tus dudas ¿verdad?  Gracias por tu fidelidad infinita, aléjate pronto, tú no puedes... no debes participar en este reencuentro.



 Paz, Blanca Elena. Onir. 2ª edición. Editorial La Hoguera – La Mancha. Santa Cruz, Bolivia, 2009.

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 Blanca Elena Paz, escritora y poeta boliviana, nacida en Santa Cruz de la Sierra. Es médico veterinario zootecnista, magíster en Educación Superior, docente universitaria. Tiene publicados dos libros en género cuento "Teorema" y "Onir". Ha dictado varios talleres de creación literaria. Su cuento "Historia de barbero", de su libro "Onir", fue llevado a la pantalla en un cortometraje. Sus poemas forman parte de importantes antologías poéticas. 

Blanca Elena Paz forma parte del grupo de narradores Taller del Cuento Nuevo (generación de la ruptura) dirigido por el maestro Jorge Suárez. Participa en selecciones y antologías internacionales y nacionales entre las que destacan: Escritoras Cruceñas- poesía, narrativa, drama (Cochabamba, Bolivia 2019); Antología del Cuento Boliviano (Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, La Paz, 2016)  Lo nuestro: 200 años de cuento cruceño (Santa Cruz, Bolivia, 2010), Profundidad de la memoria (Venezuela, 2009), Voces sin fronteras (Canadá, 2006), Medusa de Fuego (Santa Cruz, Bolivia, 2003); The Fat Man From La Paz (New York, 2000), El niño en el cuento boliviano (Stockholm, Sweden, 1999), Oblivion and Stone (Fayetteville, USA, 1998), Fire from the Andes (Albuquerque, USA, 1998), La otra mirada (La Paz, Bolivia, 2000), Antología del cuento femenino boliviano (La Paz, Bolivia, 1997), Die heimstatt des tío (Zürich,1995). Antología del cuento boliviano moderno (La Paz Bolivia, 1995), New Orleans Review (Louisiana. USA, 1990), Taller del cuento nuevo (Santa Cruz, Bolivia, 1986). 

Blanca Elena Paz es considerada una de las mejores cuentistas contemporáneas de Bolivia.

2 comentarios:

  1. Un relato que conmueve, es decir, que no puedes leerlo desde afuera, sino como involuntario cómplice de la historia. Sencillamente extraordinario.

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    1. Absolutamente de acuerdo, es un extraordinario trabajo. Gracias por sus amables comentarios.

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