El problema por la Juana, había
logrado desalinear los astros. Pedro, sobrador, aunque también un poco
paternal, le dio una cachetada y Esteban, ni corto ni perezoso le clavó el
puñal que llevaba en la cintura y lo mató. Habían sido los mejores amigos, inseparables,
como hermanos, como bibosi y motacú. Esteban, ya mientras Pedro caía en el pozo
infinito de la muerte, se dio cuenta de la magnitud de su acto y empezó a huir.
La policía lo persiguió de mala gana y eso le permitió arrimarse y refugiarse
entre ladrones y todo tipo de bandidos. Siempre había sido honesto, un poco
matón, pero honesto. Ahora era un criminal. La Juana, esa perra había sido
amada por ambos y se había acostado con los dos. Pero a él, a Esteban, en ese
no muy largo deambular mientras escapaba, no se le escapaba la imagen de su
amigo muerto, no se le escapaba el arrepentimiento que se le pegó como un
cadillo, como una pega-pega en el alma. Y desde allí, desde ese sitio ignoto y
terrible, le fue chupando toda la antigua alegría, todas las ganas de vivir. Y
fue buscando pagar, buscando morir. No se le quita la vida a un amigo, no hay
mujer que lo justifique. Un día de esos, lo provocó otro cuchillero. Esteban
era más hábil, más diestro, más capaz. Sin embargo, ya en el segundo embate, se
entregó a la punta del puñal del otro y cayó de rodillas, sonriendo, mientras
se iba desangrando. La muerte, lo estiró en el piso, boca abajo. En ese mismo
momento, la Juana, a cientos de kilómetros de allí, se echaba boca arriba en la
cama de un hotel, mientras se entregaba a un comerciante viejo, y lo hacía,
también, con una sonrisa en los labios.
*******************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario