Andrés Canedo - El problema

 


El problema por la Juana, había logrado desalinear los astros. Pedro, sobrador, aunque también un poco paternal, le dio una cachetada y Esteban, ni corto ni perezoso le clavó el puñal que llevaba en la cintura y lo mató. Habían sido los mejores amigos, inseparables, como hermanos, como bibosi y motacú. Esteban, ya mientras Pedro caía en el pozo infinito de la muerte, se dio cuenta de la magnitud de su acto y empezó a huir. La policía lo persiguió de mala gana y eso le permitió arrimarse y refugiarse entre ladrones y todo tipo de bandidos. Siempre había sido honesto, un poco matón, pero honesto. Ahora era un criminal. La Juana, esa perra había sido amada por ambos y se había acostado con los dos. Pero a él, a Esteban, en ese no muy largo deambular mientras escapaba, no se le escapaba la imagen de su amigo muerto, no se le escapaba el arrepentimiento que se le pegó como un cadillo, como una pega-pega en el alma. Y desde allí, desde ese sitio ignoto y terrible, le fue chupando toda la antigua alegría, todas las ganas de vivir. Y fue buscando pagar, buscando morir. No se le quita la vida a un amigo, no hay mujer que lo justifique. Un día de esos, lo provocó otro cuchillero. Esteban era más hábil, más diestro, más capaz. Sin embargo, ya en el segundo embate, se entregó a la punta del puñal del otro y cayó de rodillas, sonriendo, mientras se iba desangrando. La muerte, lo estiró en el piso, boca abajo. En ese mismo momento, la Juana, a cientos de kilómetros de allí, se echaba boca arriba en la cama de un hotel, mientras se entregaba a un comerciante viejo, y lo hacía, también, con una sonrisa en los labios.

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