Él y ella se sabían personas, es decir, se sabían máscaras. Sabían que a través de sus máscaras expresaban su propio sentido ya que les permitía hacer resonar la voz del alma. Sabían que ser personas, que ser máscaras, indicaba el papel que cada uno representaba en la sociedad. En él, la morfología de su rostro expresaba la Tragedia, es decir, era esa persona. En ella, sus rasgos faciales eran los de la Comedia, esa es la persona que era. Pero, ambos también sabían, que no había unicidad en sus espíritus, como aparentemente la había en sus cuerpos. Por eso él, que se enamoró de ella, le dijo: “Ya sé que en mi espíritu no soy uno solo. Soy la tragedia, pero soy también tú y tal vez soy otros”. Ella, que se enamoró de él, le respondió: “Entre los seres que me habitan, sé que, a pesar de mi apariencia externa, soy también tú”.
El amor fue creciendo entre
ambos, pero ¿cómo amalgamar aquellas dos apariencias opuestas, que siempre
habían estado separadas? Creyeron que el amor lo haría posible, que las tareas
del amor lograrían esa necesaria transformación, para poder fundirse el uno en
el otro. Entonces, con entrega, con la generosidad que sólo el amarse hace
posible, a pesar de que sabían que nadie puede comunicar realmente lo que sabe,
de que eso siempre quedaría dentro de cada uno, fueron metamorfoseándose, con
dolor y alegría. Finalmente, el día en que fundieron sus cuerpos, fundieron
también sus almas, y se descubrieron distintos. La boca y los ojos de él habían
perdido esa expresión enorme de tristeza; la boca y los ojos de ella, habían
casi borrado esa mueca de permanente risa. Supieron entonces que no sería fácil
y que por voluntad propia y de la vida, deberían seguir luchando. Entonces,
cuando vieron sus rostros transformados, siendo uno, pero siempre dos,
aprendieron que, desde ese momento en adelante, se llamarían simplemente Drama.
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